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Tribuna
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G-20, no sólo 'bonus'

En los últimos meses el G-20 se ha mostrado como un foro eficaz para coordinar las políticas económicas y ha permitido consensuar las medidas para poner suelo a la contracción de la actividad. Por su parte, la cumbre de Pittsburgh marcará el inicio de una nueva fase centrada en viabilizar el actual proceso de recuperación y en la reconstrucción del sistema financiero internacional.

En primer lugar, la cumbre debería servir para acordar una guía compartida sobre el retiro gradual de los impulsos fiscales y monetarios. Si bien es cierto que aún no ha llegado el momento de revertir el carácter expansivo de la política económica, sí resulta necesario publicitar una estrategia creíble de salida. El objetivo es minimizar la equivalencia ricardiana producida por la acumulación de deuda pública y el temor inflacionista a medio plazo derivado de la expansión monetaria, además de evitar comportamientos free-rider en el camino hacia la normalización de las medidas expansivas.

Para ello, resulta clave impulsar reformas estructurales que incrementen el crecimiento potencial y mitiguen los efectos indeseables de la acción pública. Así, la culminación de la Ronda de Doha se presenta esencial. Por ello, el comunicado de la cumbre debería fijar un acuerdo sobre la estrategia de retiro coordinado de los impulsos fiscales y monetarios, así como la apuesta por reformas liberalizadoras de los mercados internacionales no financieros.

En segundo lugar, esta cumbre debería ofrecer nuevos avances en la revisión del marco institucional de los mercados financieros. Partiendo del amplio consenso que explica la crisis a través de la combinación de una laxa regulación, una no exhaustiva supervisión, problemas de información asimétrica en las empresas de rating, sistemas de retribución en las entidades financieras pro-risk taking, junto a una política monetaria poco restrictiva, resulta necesario un nuevo andamiaje institucional que minimice el riesgo sistémico. Es decir, vamos a diseñar un marco legal que reduzca las probabilidades de sucesos en las colas de la distribución: de las crisis y de los booms.

Hasta ahora, el G-20 ha encargado tarea a las instituciones financieras internacionales para revisar el marco normativo de los mercados. Sin duda, este trabajo pondrá las bases del nuevo modelo financiero y aun cuando el proceso está siendo lento, la misión es tal que otra velocidad parece improbable. Con todo, este fin de semana conoceremos algunas recomendaciones sobre requerimientos de capital, niveles de endeudamiento o liquidez de las entidades financieras y creo que debemos ser optimistas sobre su enfoque.

Sin embargo, en las últimas semanas los Gobiernos están poniendo el acento en la limitación de los bonus de los empleados de las entidades financieras. Resulta claro que el actual sistema de remuneración incentiva a los trabajadores a asumir mayores riesgos que los óptimos. Esto se debe a que los empleados no ven toda la distribución del riesgo en tanto que sus salarios sólo varían al alza siguiendo los sucesos positivos de sus apuestas. Sin duda, este modelo necesita revisarse pero la fijación de precios máximos no supone la versión más eficiente de las reformas.

Por último, destaca la ausencia absoluta de cualquier revisión de la política monetaria. Si las fallas regulatorias fueron condición necesaria para esta crisis, la laxa política monetaria fue condición suficiente y no se desprende de las cumbres previas una percepción de urgencia en la revisión de los objetivos y de las herramientas de la misma. Si bien John Taylor ha demostrado que una simple regla de fijación de tipos que lleva su nombre hubiera recomendado una política más restrictiva en los años previos a la crisis, parece razonable pensar que una política monetaria guiada por un objetivo de inflación de los precios de los bienes y servicios de consumo no resulta suficiente. Así, considero que habría que revisar los objetivos de la política monetaria para la inclusión, de algún modo, de la inflación de los activos, o al menos sus instrumentos, otorgando un mayor protagonismo del pilar monetario.

En fin, el G-20 se ha consolidado como el centro de decisiones económicas en la nueva escena internacional. En los últimos meses ha sabido responder a las necesidades cooperativas de la situación económica y ahora deberá guiar los pasos hacia la normalización de los estímulos económicos. Además, está impulsando adecuadamente la reforma del marco institucional de los mercados financieros, si bien con algunas tensiones más populistas como la limitación de los bonus bancarios. Con todo, esta visión positiva del último año queda algo empañada, en mi opinión, por la ausencia de una revisión profunda de los instrumentos y objetivos de la política monetaria.

Jonás Fernández Álvarez. Director del servicio de estudios de Solchaga Recio & Asociados

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