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Tribuna
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G-20: acordes y desacuerdos

La cumbre del G-20 en Toronto se proyectó con una agenda que abarcaba, principalmente, la reforma de la arquitectura internacional cuyas grandes (y, de momento, poco definidas) líneas se trazaron en la cumbre de Pittsburgh en septiembre de 2009. Sin embargo, la reunión de los principales mandatarios en la ciudad canadiense ha aparcado en buena medida los temas financieros para la próxima cumbre -que se celebrará en noviembre en Seúl- para acabar centrándose en las preocupaciones imperantes en la coyuntura actual y, en particular, en los desequilibrios de las cuentas públicas y las medidas necesarias para atajarlos.

¿Por qué resulta tan difícil llegar a un acuerdo global sobre aspectos clave de la reforma de la arquitectura financiera internacional? Como señala Raghuram Rajan en su recientemente editado y altamente recomendable libro Fault Lines (Princeton University Press) estos grandes acuerdos no pueden darse en términos prácticos porque en el mundo financiero global impera, perdura y prevalece una auténtica "lucha de sistemas". De un lado, en los países anglosajones, se apuesta teóricamente por sistemas basados en la transparencia y el cumplimiento en los contratos, basados en una información sobre los mismos que pueda estar al alcance de la mano (arm's -length systems). Todo ello, eso sí, en el terreno de las intenciones puesto que la crisis ha evidenciado las lagunas de este régimen. Por otro lado, en otros sistemas financieros de corte más continental -como el alemán o el español, sin ir más lejos- la intervención gubernamental y la supervisión directa de las actividades bancarias marcan la pauta. En estos sistemas, el papel del Estado ocupa parte del lugar de los mercados y la información pública disponible sobre las transacciones y contratos financieros es más reducida, de modo que las decisiones de financiación e inversión se basan en muchas ocasiones en relaciones existentes de confianza entre los agentes.

Aun cuando la propia globalización financiera y la crisis ha puesto de manifiesto las frágiles líneas que separan los dos sistemas señalados, la filosofía subyacente sigue estando muy presente en el diseño de la nueva arquitectura financiera internacional y resulta muy difícil que reglas como la imposición de impuestos a la banca o el control de las actividades de las entidades financieras pueden residir en un acuerdo global. Desde un punto de vista práctico, resulta previsible que al menos pueda avanzarse hacia una agenda común sobre la regulación de solvencia (la llamada Basilea III que se espera implementar en 2012) a partir de la reunión de Seúl. No obstante será más complicado llegar a acuerdos globales en otros aspectos clave como incrementar la transparencia en los mercados de derivados, los impuestos bancarios, la reducción del tamaño de los grandes conglomerados financieros, el control de la actividad de los hedge funds o los mecanismos de transparencia y disciplina para las agencias de rating.

Tal vez por eso, la noticia más destacada del fin de semana en esta materia no era un acuerdo del G-20 sino el anuncio del presidente Obama sobre un principio de acuerdo para una gran reforma financiera en Estados Unidos. Aun cuando las principales acciones han de concretarse y deben pasar aún los duros trámites del Congreso y del Senado parece que se ha conseguido el consenso necesario para que el simbólico 4 de julio se anuncien medidas tales como la imposición de un impuesto de más de 19.000 millones de dólares a los bancos estadounidenses que pretendan continuar su actividad con productos derivados (para compensar el riesgo futuro y las pérdidas pasadas), la limitación y segregación de la actividad de los conglomerados financieros y exigencias de mayor transparencia para todo tipo de entidades financieras. Eso sí, siguiendo la referencia que marca el mercado en los sistemas anglosajones anteriormente mencionada, los bancos consiguen importantes victorias parciales como la posibilidad de seguir invirtiendo en hedge funds y en entidades subsidiarias de inversión.

Entre tanto, las únicas noticias destacadas en lo financiero desde las economías europeas en la cumbre del G-20 es la decisión de países como Francia, Alemania o Reino Unido de adoptar unilateralmente el impuesto a la banca. Con independencia de lo acertado o no del concepto, se evidencia de nuevo la dificultad de establecer una política común, no ya global sino entre los estados de la UE.

En definitiva, en Toronto, se ha pasado de soslayo por los temas financieros. Lo más curioso es que la atención sobre los temas fiscales se ha traducido en un acorde cuya música, con buenas dosis de lenguaje diplomático, ha sonado a acuerdo sobre el desacuerdo. En definitiva, que la austeridad y disciplina fiscal debe seguir una pauta distinta en cada país y que, inevitablemente, será el síntoma más claro de una recuperación a distintas velocidades.

Santiago Carbó. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada y consultor del Banco de la Reserva Federal de Chicago

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