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Tribuna
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Eficiencia del sector gasista para salir de la crisis

Estamos en tiempos de burbujas y de crisis. Junto a la inmobiliaria, ya explotada, tenemos una energética. De cómo se resuelva ésta dependerá en buena medida la manera en que España salga de la peor crisis económica que ha vivido en los últimos 30 años. Sólo si apostamos por la eficiencia, que aporte mayor competitividad a nuestra realidad industrial, podremos ahorrar recursos públicos y privados que puedan destinarse a crear crecimiento real, el que genera empleos, y no nuevas burbujas.

Hoy presentaremos un amplio informe sobre la industria del gas que revelará el verdadero peso específico que tiene el sector en la economía española en términos cuantificables, puestos de trabajo que genera, impacto económico, volumen de inversiones, etc.

En España hacia la mitad de los ochenta, cada empresa eléctrica quiso su porción de pastel nuclear y la conclusión, ante la inviabilidad de algunos proyectos, fue la moratoria nuclear. La sobrecapacidad se absorbió durante los noventa con el crecimiento de la demanda hacia finales de la década. Al inicio de 2000 la situación presentaba un color bien distinto. España afrontaba tal falta de capacidad de generación eléctrica que bordeó el abismo del desabastecimiento. Llegaron a tiempo las millonarias inversiones en ciclos combinados y las infraestructuras gasistas asociadas, plantas de regasificación, gasoductos, contratos de LNG y, gracias a esas inversiones, se superó el impasse sin ningún episodio de falta de suministro.

El tercer momento destacado llega hacia la mitad de la presente década. La participación de las renovables empieza a ser destacable y, ya hoy en día, tenemos alrededor de 20 GW eólicos, 4 de fotovoltaicos y termo solares, y unos 25 GW de ciclos combinados, junto con el resto de tecnologías nuclear y térmica convencional, todo ello para una demanda punta de 45 GW. Es decir, sobra capacidad.

Y es ahora cuando vienen los reproches y las discusiones ideológicas. Las renovables, que parecen ser más amigables para el gran público, hablan alto con una batería de argumentos a partir del sostenibilismo, aduciendo razones del cambio climático, de la no dependencia energética y de la balanza de pagos. Los gasistas, por su parte, defienden su rol y sus inversiones, descolocados a partir del cambio de las reglas del juego regulatorios que ha significado la discriminación positiva de otras tecnologías y por haber decidido inversiones en marcos que se han modificado a posteriori. Les han cambiado las reglas en mitad del partido. Y dicen, y no les falta razón, que sin su papel de respaldo, las energías renovables no hubieran podido desarrollarse, pues necesitan de otras tecnologías para los momentos en que, por ejemplo, no sopla viento y no hay posibilidad de generación.

Seguramente todos tienen su parte de razón. ¿Donde está pues el error que ha permitido que llegásemos a esta situación? Una política energética en España simplemente transpuesta a partir de las directivas europeas, sin tener en cuenta las particularidades del punto de partida español y una regulación inadecuada que ha permitido -cuando no impulsado- esta burbuja, que nos ha traído el enorme déficit tarifario de los 20.000 millones de euros que ya hemos gastado y que deberán pagar las futuras generaciones sin haberlo decidido.

La enfermedad está clara, pero también lo son algunos síntomas adicionales que hemos detectado en las últimas semanas. Hablo de esta falsa sensación de guerra entre tecnologías, que nunca debería haberse producido y que simplemente es consecuencia de una mala regulación. El criterio debería estar claro. Las inversiones deben destinarse a tecnologías maduras o con claro potencial mientras que las primas públicas para tecnologías no maduras deben salir de I+D+i, en otras palabras, apostar por las fuentes de generación eficientes.

Casi siempre, como ha ocurrido recientemente en el mundo financiero, las burbujas son más debidas a carencias en los órganos de supervisión que a malos comportamientos de los actores que, simplemente siguen las señales que la regulación les ofrece y tratan de buscar su ventaja competitiva de la mejor manera.

A la política energética le toca hablar, de una vez, con claridad y con orden, por qué mix energético apostamos mirando al futuro y teniendo en cuenta nuestro contexto de crisis económica. Apostar por la ineficiencia significará seguir inmersos en burbujas que al final las pagarán, como siempre, el consumidor y el empleo.

Jordi Dolader. Presidente de Mercados EMI

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