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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Qué pasa con la industria

El tan ansiado y reclamado cambio de modelo productivo español -en el que la industria tome el relevo como motor del crecimiento- parece, de momento, una quimera. Por contra, el sector está siendo tan castigado o más que la construcción en esta crisis y ya suma tres trimestres consecutivos con caídas de producción. Es una recesión en toda regla y empeora cada mes, pues en junio la producción se derrumbó un 9%, algo no visto desde 1993. La debacle es generalizada, pues, de las 25 actividades que analiza el INE, 19 ya están en tasas negativas.

La débil situación económica que atraviesa España explica buena parte de la fuerte caída de la producción industrial, pero no la justifica del todo. El sector padece males estructurales que le impiden reaccionar ante una contracción del consumo doméstico, ya que una rígida estructura de costes impide a muchas empresas desviar su oferta a otros mercados. Y es una pena, pues la calidad de la mayoría de los productos made in Spain les permitiría competir sin complejos. En los últimos años, muchas empresas -innovadoras y tradicionales- han mejorado sus productos y han apostado por la innovación y la calidad. Y, en algunos casos, han cosechado más reconocimiento fuera que dentro.

Sin embargo, varios son los hándicaps que sufre el sector secundario en España. El primero estriba en sus costes de producción, pues en ocho años han subido un 32%, mientras que en Alemania, el paradigma de la industria en Europa y donde todo competidor debe mirarse, lo ha hecho en la mitad (17%), en Francia una tercera parte (11%) e, incluso, Irlanda los ha rebajado. Muchos son los responsables de que se produzca esta situación. El primero, la propia industria, que se ha limitado a trasladar a precios estos aumentos de los costes mermando su propia competitividad. Y se pone de manifiesto que en los sectores más abiertos al exterior (textil, automóvil, electrónica) las subidas han sido más modestas que en los más cerrados (alimentación, madera), porque la competencia los mantenía a raya. Igualmente, tienen culpa los sindicatos, ya que los costes laborales en la industria han aumentado en España un 33% desde 2000, frente a Alemania (5%), Francia (8%) o Italia (21%), sin que los avances del coste del factor trabajo se hayan acompañado de una mejora proporcional de la productividad.

La lista de responsables también incluye a los sucesivos Gobiernos que no han promovido un entorno más favorable para la inversión manufacturera. En España la producción industrial debe competir en desventaja por los mayores costes energéticos, logísticos (con una preeminencia del camión frente al tren), burocráticos, medioambientales, fiscales, etcétera. Y, también, por deficiencias formativas que generan escasez de mano de obra cualificada. La voluntad del Gobierno de fomentar la industria como actividad pujante está en el buen camino y la apuesta decidida por la I+D+i es una medida acertada. Pero no es suficiente. Muchas cosas deben cambiar para que el entorno permita a la industria española competir en igualdad de condiciones. El Ministerio de Industria debería detectar las trabas que padece el sector y adoptar medidas para eliminarlas, con la colaboración de todos los culpables citados más arriba. Lo demás son fuegos de artificio.

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