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Columna
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'Do not disturb'

Do not disturb rezan los cartelitos para ser colgados en el picaporte por la parte de fuera, la que da al pasillo, cuando el huésped del hotel no quiere perturbaciones ni molestias que le interrumpan. No molestar debiera ser la divisa primera de los alcaldes. Sobre todo no molestar innecesariamente con organizaciones y movilizaciones públicas concebidas para su propio lucimiento. Por ejemplo, después de lo que nos ha costado la rehabilitación del Palacio de Comunicaciones, obra del arquitecto Antonio Palacios, para adaptarlo como sede del Ayuntamiento de Madrid, amanecíamos el miércoles con un escenario que encubría la fachada principal. Su objeto, servir de tablado para un concierto del cantante Carlos Baute y al dar aire al pregón de las fiestas de San Isidro, patrón de la villa. Pero las desdichas nunca vienen solas y la fuente de la Cibeles aparecía enrejada como suele cuando el madridismo está de celebraciones.

El capricho de elegir ese emplazamiento para el concierto causó una perturbación colosal en el tráfico de la que nadie había adelantado el oportuno anuncio y las alternativas disponibles al bloqueo del eje principal de la circulación. ¿Por qué? ¿Por qué se nos castiga cuando infringimos cualquier minucia y nuestros ediles incurren en semejante infracción sin sufrir sanción alguna? Toda esta zarabanda, todos estos obstáculos, todas estas perturbaciones se hicieron en aras de conseguir que apenas unos cientos de personas se agruparan en torno al tinglado de la nueva farsa para escuchar el concierto. Alguien debería decirnos por qué no se hizo el pregón y el concierto, por ejemplo, en la plaza Mayor desde esa también costosamente restaurada Casa de la Panadería con sus balcones de obra que tan bien se prestan para esas ocasiones. Un lugar sin tráfico rodado, sin líneas de autobuses, donde las perturbaciones se hubieran reducido a cero. Allí en la plaza Mayor se instalan los puestos de Navidad, allí se ofrecían las chocolatadas de Lucha contra el hambre de las que tanto gustaba el alcalde José María Álvarez del Manzano y allí escuchábamos los conciertos dirigidos por ese genio de la batuta que es Daniel Barenboim.

Tenemos además los parques feriales de la Casa de Campo y del Rey Juan Carlos, el paseo de Coches del Retiro, la plaza de las Vistillas, explanadas magníficas en Campamento, el Madrid Río y tantas otras opciones. Pero hubo que hacerlo donde más molestias se producen al vehículo privado y al transporte público, ¿por qué? Todo esto en un día laborable cuyo fin de jornada se hizo para muchos interminable a la hora de volver a casa. Se atisba además que esta querencia por la Cibeles ha llegado para quedarse entre nosotros. De modo que los organizadores de la Jornada Mundial de la Juventud a celebrar este mes de agosto en Madrid en torno al Pontífice felizmente reinante, el beatísimo padre Benedicto XVI, han elegido esa plaza como su lugar predilecto para sus misas y sus espectáculos de luz y sonido. ¿De verdad no hay otro sitio más adecuado?

Por si todo esto fuera poco, hay otra amenaza recurrente aportada por el Real Madrid en una tradición inventada por completo lamentable. Veamos, antes, cuando los blancos tenían por costumbre ganar todos los torneos, la Copa, la Liga, la Copa de Europa, a nadie perturbaban con sus triunfos. Los sentían como una obligación. Los exhibían en la siguiente ocasión en que comparecían en el campo del Santiago Bernabéu. Los jugadores salían al campo, daban una vuelta de honor, recibían el aplauso de la hinchada y hasta la próxima. Ahora no ganan, se refugian en las estadísticas, de goles, de número de partidos jugados, celebran los fichajes y al menor pretexto se lanzan al asalto de la Cibeles poniendo en peligro a la diosa a la que ponen su bufanda saltándose la valla protectora.

El miércoles hicieron la bufonada de presentar la Copa del Rey al alcalde en Cibeles, a la presidenta de la Comunidad en la Puerta del Sol y al arzobispo en la catedral de la Almudena, emulando a Franco que entregó la espada de la Cruzada el 20 de mayo de 1939 al cardenal primado en la iglesia de Santa Bárbara. Estos cortejos triunfales son cosas de otras ciudades donde los triunfos son excepcionales. Aquí los instauró Gil y Gil y tal y tal quien se encaminó con el trofeo hasta la Almudena llevando a Imperioso por la brida. En Madrid, las celebraciones futbolísticas deben circunscribirse a los estadios, como los éxitos taurinos se quedan en la plaza de Las Ventas. Do not disturb, please.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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