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Tribuna
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Después de la hecatombe

Dos años después de la hecatombe de Lehman Brothers, efeméride de nefasto recuerdo, es buen momento para analizar si a día de hoy, 15 de Septiembre de 2010, existe todavía el riesgo de que un acontecimiento sísmico financiero de tal magnitud se reproduzca. En primer lugar, aunque con cuentagotas, y para desesperación de muchos por su lentitud, la reforma regulatoria tan esperada en EE UU finalmente vio la luz hace varios meses, así como su réplica reciente en la UE.

El colofón ha sido el pacto alcanzado esta misma semana por bancos centrales y autoridades supervisoras de 27 países para establecer un nuevo acuerdo de capital, Basilea III, que ha resultado más duro de lo esperado por el sector, aunque con unos plazos de aplicación asumibles por la mayoría de las entidades financieras. ¿El resultado de todo ello? El esperado: mayores requerimientos de capital para la banca (core capital del 4,5%, un nuevo fondo adicional de conservación del capital del 2,5%, y una Tier 1 del 6%), creación de organismos de prevención de riesgo sistémico, y segregación de la regulación de banca, sector seguros, y mercados financieros.

Tras varios meses en los que primó la cacofonía demagógica e incendiaria de los líderes políticos, deseosos de aplacar y calmar a sus opiniones públicas (recordemos las declaraciones en tono de guerra del presidente Obama contra la banca, o la agresividad fiscal de Gordon Brown al gravar con un impuesto específico del 50% los bonus de los directivos del sector financiero), se ha pasado a una situación más sosegada y racional en la que han empezado a ver la luz los nuevos cuerpos regulatorios, tanto en la zona UE como en EE UU: en este último caso, se ha dulcificado y suavizado la propuesta inicial de Paul Volcker de resucitar la ley Glass Steagall, y, aunque con limitaciones muy restrictivas, los bancos americanos podrán seguir tomando posiciones en hedge funds y private equity hasta un máximo del 3% de su capital.

No menos importante es la transformación pendiente de los mercados de derivados OTC (over the counter) en mercados regulados, habiéndose dado ya los primeros pasos, pero se trata de una tarea titánica por su complejidad y volumen que necesita tiempo y paciencia. En el caso de la UE, las consecuencias del colapso financiero de septiembre de 2008 han ido mucho más allá, pues a las ayudas ingentes al sector financiero (13% del PIB europeo) y a la reforma regulatoria, se ha unido la constatación de que la Unión Europea no estaba preparada para afrontar una crisis de tal magnitud, pues la existencia de una moneda única se ha mostrado incompatible con la falta de coordinación en las políticas económicas y fiscales de sus diferentes miembros: el descontrol presupuestario y la falta de disciplina fiscal se convirtieron en una bomba de relojería, que comenzó estallando en Grecia, pero cuya mecha prende todavía en algunos países, sin que al día de hoy esté descartado el riesgo de una nueva explosión (Irlanda, entre otros), obligando todo ello a la UE y al FMI a diseñar un caparazón de 750.000 millones de euros para tranquilizar a los lobos que estos meses dudaron de la solvencia de nuestra deuda soberana.

La solución, nuevamente, apela al puro sentido común: los presupuestos de los países pertenecientes a la UE deberán someterse a partir de ahora a un proceso previo de supervisión presupuestaria, con el objetivo de evitar déficits excesivos, e incentivar un mayor rigor en la consecución de los objetivos que establece el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Por expresarlo de una manera gráfica, el equipo ciclista de nuestro continente había echado a correr con un mismo uniforme, pero con falta de dirección deportiva, algunas bicicletas defectuosas, sin casco y las zapatillas mal atadas: mientras en las etapas con menos dificultades, el equipo se mantuvo cohesionado, cuando llegaron los primeros puertos de montaña, las dificultades no tardaron en hacerse ver, y se nos empezaron a quedar descolgados los primeros corredores.

Pero quizás lo más apasionante después de dos años de desasosiego, zozobra, e incertidumbre, ha sido el debate intelectual y la confrontación de ideas que la crisis financiera en general y el terremoto de Lehman Brothers en particular han provocado. Algunos economistas reconvertidos en gurús por su capacidad predictiva de la crisis como Nouriel Roubini (Crisis economics), Raghuram Rajan (Fault lines), George Akerloff y Robert Shiller (Animal spirits) han publicado fantásticos libros que pretenden desentrañar los motivos profundos y menos visibles de la crisis financiera que nos ha tocado vivir. Otros como Michael Lewis (The big short), se han centrado más en explicar las pequeñas historias dentro de la historia, y de manera muy amena relatan el proceso mediante el cual la compañía de seguros AIG se vio atrapada en la tela de araña del mercado de CDS (credit default swaps), o como Howard Davies (The financial crisis), que profundiza en los problemas causados por el fracaso regulatorio. Por citar algunos ejemplos más domésticos, el libro de Guillermo de la Dehesa (La primera crisis financiera del siglo XXI) es un ejemplo de rigurosidad, o el más radical Santiago Niño (El crash del 2010), cuyos análisis y conclusiones ponen los pelos de punta a más de uno.

En resumen, lo mejor de esta crisis sin duda alguna es que nos ha hecho pensar, que no es poco: la falta de acuerdo al día de hoy sobre la mejor forma de salir de ella (continuidad de los estímulos fiscales en EE UU versus austeridad y reducción del déficit público en la zona UE) augura un periodo de debate prolongado, y la sensación de que estamos presenciando los primeros capítulos de una teleserie, en la que, por desgracia, todavía no se vislumbra cual será el final.

Pablo Cousteau. Director de Programas Especializados del IEB

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