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Columna
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Desconocida inflación

Alfonso Novales examina el IPC de enero recién publicado, que considera sorprendente. Opina que el cambio metodológico en el cálculo es tan importante que impide generar una historia homogénea de la inflación

El dato de inflación de enero ha sido sorprendente, sin duda, con una reducción de una décima en el nuevo IPC y de cinco décimas en su componente subyacente, que se obtiene excluyendo del cómputo los bienes energéticos y los alimentos no elaborados. El nuevo IPC inicia así su andadura en un nivel de 101,3; con la nueva metodología, la tasa interanual de inflación resulta ser del 3,1%, mientras la inflación subyacente es del 3,6%.

Con la información disponible, no puede evaluarse el dato de enero en una perspectiva temporal. Para ello necesitaríamos conocer, al menos, cuál era la tasa interanual de inflación con la nueva metodología, hace un mes, es decir, necesitaríamos saber desde dónde venimos para llegar al 3,1% en enero de 2002. Alternativamente, deberíamos disponer de la tasa de inflación de enero con la metodología antigua. La inflación en diciembre fue del 2,7%, pero calculada con la antigua metodología y, por tanto, ambas tasas no son comparables. Algo similar ocurre con la subyacente, que era el 3,8% en diciembre, dos décimas más a la que ahora se anuncia, pero, nuevamente, ambas no son comparables.

El cambio metodológico introducido en el cálculo del IPC es suficientemente importante como para impedir una comparación precisa entre las series antiguas y las nuevas. Sería necesario haber recogido en el pasado información sobre precios de bienes ahora incorporados a la cesta del IPC, haber utilizado simultáneamente con la antigua la nueva estructura de muestreo, etcétera. En ausencia de tal información, es habitual enlazar la serie antigua con la nueva mediante un coeficiente que se aplica a todos los datos mensuales de la serie antigua. Con ello, si bien la serie de IPC cambia, como lo hace proporcionalmente, se mantienen las mismas tasas de inflación que se observaron en el pasado. Es sólo una de las muchas opciones y ninguna permite recuperar información pasada que nunca se recogió. En resumen, se puede optar por mantener inalterada la tasa de inflación interanual de diciembre de 2001 en el 2,7%, pero ello no la hace comparable con el 3,1% de enero de 2002. Tampoco podemos saber el efecto del redondeo en la conversión de precios en pesetas a euros, que no es posible medir con precisión en las encuestas de precios que conducen al cálculo del IPC. Es erróneo, sin embargo, afirmar, al ver el descenso de una décima del IPC de enero, que el fenómeno del redondeo no ha sido importante. Lo que ocurre es que las múltiples innovaciones incorporadas en el dato de enero impiden calcular sus efectos individualizados: por ejemplo, como consecuencia de la inclusión de las rebajas por primera vez en el cálculo del IPC, el componente de vestido y calzado ha caído un 7,5% en tan sólo un mes, y ha contribuido con una caída de ocho décimas al dato de enero. Esto significa que el resto de los componentes ha contribuido con un aumento de siete décimas, por lo que el conjunto de efectos conduce al descenso de una décima que se ha publicado. El posible impacto inflacionista del redondeo estará, junto con otros efectos, dentro de ese incremento parcial de siete décimas, pero no es posible cuantificarlo. No hay información como para afirmar que el redondeo no ha creado inflación; de todos modos, es un fenómeno que no va a volver a producirse y a cuya evaluación posiblemente no valga la pena dedicar mucho más esfuerzo.

Similares comentarios aplican al potencial efecto inflacionista del aumento de tipos impositivos y precios oficiales introducidos en enero, que tampoco podemos estimar.

Con la información publicada podemos apreciar, sin embargo, detalles importantes. Quizá el más evidente sea la persistencia del desequilibrio conocido como inflación dual: con el nuevo IPC, la inflación de bienes industriales no energéticos se sitúa en el 1,6%, mientras que la de servicios se coloca en el 4,0%. La nueva metodología no va a eliminar la necesidad, nunca satisfecha plenamente, de introducir mayor competencia en algunas áreas de nuestro tejido productivo, de modo que la inflación de servicios llegue a ser equiparable con la de los bienes expuestos a competencia internacional. Sólo entonces podremos llegar a tener tasas de inflación similares a las de los países de nuestro entorno.

Por eso precisamente es llamativo y algo preocupante el alborozo con que las autoridades han saludado el nuevo dato, destacando que el diferencial de inflación con la UE se haya reducido hasta ocho décimas. Un persistente diferencial de inflación respecto a nuestros socios comerciales, próximo a un punto, debe ser preocupante para la autoridad económica, por la continuada pérdida de competitividad que implica sobre nuestros bienes exportables. Además, conviene puntualizar de nuevo la imposibilidad de afirmar rigurosamente que tal diferencial se haya estrechado, por cuanto que el diferencial de inflación con la UE en diciembre, elaborado con la metodología antigua, no es comparable con el que ahora se obtiene con la nueva. Habrá que esperar al dato de IPC armonizado de enero de la eurozona para conocer la posible reducción de nuestro diferencial de inflación.

Por idénticas razones, sorprende que se afirme desde las máximas instancias del Gobierno que 'tanto en servicios como en bienes industriales' la inflación esté reduciéndose, pues esto sólo podría saberse comparando sus actuales tasas, con las que hubiesen experimentado en los meses previos con la nueva metodología, pero nunca comparando con las obtenidas con metodología antigua.

En definitiva, se introduce un cambio importante en el cálculo del IPC que impide generar una historia de inflación perfectamente homogénea. El INE así lo ha expuesto claramente, pero las autoridades económicas no se resisten a extraer imágenes favorables a partir de datos estadísticos que no son rigurosamente comparables.

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