_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Deflación y flexibilidad de precios y salarios

Para poder anticipar, entender y tratar la actual crisis económica, era necesario, en su momento, al menos, haber echado una ojeada a la Hipótesis de Inestabilidad Financiera de Hyman Minsky, y a la Teoría de Deflación por Deuda de Irving Fisher. Sin embargo, salvo honrosas excepciones, los grandes organismos económicos y financieros, públicos y/o privados, los bancos centrales, o los distintos tesoros, miraban a otra parte. Vamos a relacionar la Hipótesis de Inestabilidad Financiera, como marco teórico explicativo de la actual crisis económica, con la Teoría de Deflación por Deuda de Irving Fisher, que permite prever la dinámica de crecimiento y precios en la que ya estamos inmersos.

La Hipótesis de Inestabilidad Financiera de Hyman Minsky afirma que los empresarios, las familias y sus banqueros aceptarán asumir más riesgo en periodos de auge económico o después de un largo periodo de crecimiento sostenido. Los bancos reducen sus exigencias para los préstamos y aceptan unas tasas de endeudamiento más elevadas. Bancos, familias y empresas se van a conformar con una menor proporción de activos líquidos, produciéndose la paradoja de la tranquilidad: un periodo feliz de actividad económica terminará por hacer más frágiles los balances financieros. Esa fragilidad irá acompañada de comportamientos especulativos: bancos y empresas van a competir entre sí apoyándose en la palanca del endeudamiento, y las familias actuarán de manera parecida, provocando una inflación de los precios bursátiles y del sector inmobiliario. La reacción del banco central será o imponer restricciones de crédito o, lo más probable, subir tipos de interés. Estas subidas harán más frágil la situación financiera de los sectores, pues el peso del endeudamiento se habrá incrementado. Entonces los bancos endurecerán las concesiones de créditos, agravando la fragilidad. Hay riesgo de que todo termine con un crac financiero, a menos que el Estado acepte encarar un elevado déficit financiero con el fin de sostener la demanda global.

Irving Fisher describió cómo este proceso de desapalancamiento podría llevar a una deflación por deuda: la liquidación de la deuda obliga a vender los activos en una situación de apuros, a una contracción de los depósitos y a una desaceleración en la velocidad de circulación del dinero. Como consecuencia se produce un descenso en los niveles de precios, de manera que si no se implementan políticas reflacionistas, se produciría aún una mayor caída en la riqueza neta de empresas y familias, precipitando bancarrotas, una reducción en la producción, comercio y empleo, generando más pesimismo y pérdida de confianza, lo cual llevaría a una mayor desaceleración en la velocidad de circulación, y a una mayor caída de precios. Se producen aberraciones en los tipos de interés: mientras los tipos nominales caen, los tipos reales suben, de manera que la política monetaria es ineficiente.

Por lo tanto, o se reduce la deuda de familias y empresas vía quitas, a la vez que se rescata el sistema bancario global, y/o se aumenta la renta de las familias, o iremos abocados a una recesión larga y profunda. Las medidas económicas implementadas hasta ahora lo único que han hecho ha sido frenar la tasa de aceleración de la caída en la actividad y los precios, pero si no van acompañadas de una reducción de la deuda o incremento de las rentas, no se producirán tasas de crecimiento positivas sostenibles.

Resulta muy voluntarista la idea de brotes verdes, expresión de Ben Bernanke, y aún resulta más desconcertante demandar flexibilidad de precios y salarios: debido a los efectos sobre los ingresos, la flexibilidad de precios y salarios empeoraría la situación que se supone tendría que corregir, tal como pasó en la Gran Depresión.

Nos encontramos ante lo que algunos economistas, entre los que me incluyo, definimos como la paradoja de los costes: cada empresa tomada individualmente lograría más beneficios si consiguiera bajar sus costes de producción unitarios, en especial mediante una reducción de salarios. Pero si todas las empresas consiguen rebajar los salarios, mientras aumentan sus márgenes de beneficios, acabarán vendiendo menos productos, y la renta nacional, ventas y empleo global disminuirán. Detrás subyace el principio de la demanda efectiva: la economía es dirigida por la demanda y no por las restricciones que dependen de la oferta.

Juan Laborda. Profesor del Instituto de Estudios Bursátiles

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_