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Columna
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Defensa del mercado libre

El mercado tiene que defenderse de los conservadores (sólo en España llamados liberales) que confunden la desregulación y en anarcocapitalismo con la libre concurrencia, como si no habiendo normas de circulación fuera a mejorar el tráfico. El mercado tiene también que defenderse de las prácticas lesivas a la competencia: de aquellas manos fuertes capaces de evitar que se fije el precio y que, por tanto, sean éstas quienes lleven a los mismos. Y el mercado tiene que defenderse, también, de los tramposos: de aquellos que son capaces de suministrar información falsa para manipular los mercados o se aprovechan de información cierta y asimétrica para lucrarse.

Pero, sobre todo, el mercado tiene que defenderse de los tontos: aquellos que piensan que el hecho de que el pez gordo se coma al pequeño es el principal paradigma del mercado libre, o que piensan, como algunos, que el mercado es el bálsamo de Fierabrás, el paradigma que todo lo cura, un objetivo en sí mismo.

El martes 4 de mayo vivimos un hecho insólito. El lunes anterior el mercado de Londres cerraba y éste que firma conversó con algunos operadores de la City que me contaron que iban a posicionarse cortos en la deuda española. En una reunión de una Ejecutiva del PSOE, con dos ministras delante, ese mismo lunes, expliqué que al día siguiente los ataques sobre la deuda española iban a ser contundentes. En una artículo en un diario digital advertí de esta situación y lo que podía suponer para los pequeños ahorradores y para el coste que al final tendríamos que pagar por nuestras emisiones soberanas. Así fue: el martes se sucedieron las posiciones cortas; ese mismo día alguien, con opinión en la plaza, corría el rumor de que la deuda española iba a necesitar un rescate de 266.000 millones de euros y que una de las agencias iba a recalificar la deuda de España: todo falso. Falso pero, sin embargo, provocó un pánico que hizo literalmente forrarse a aquellos que mantenían posiciones cortas sobre nuestra deuda desde primeras horas. Las manos fuertes obtuvieron enormes plusvalías, los pequeños grandes pérdidas, todo un atentado contra los fundamentos del mercado.

Los Estados Unidos de América poseen una larga historia de lucha y normas contra la concentración en los mercados, las prácticas lesivas contra la competencia y las actuaciones delictivas sobre los precios. Cuando se ha impuesto la tesis republicana de la desregulación ha sido cuando los mercados se han desbocado y, por tanto, han dejado de serlo. Eso no quita que nos fijemos en la normativa norteamericana para tomar ejemplo de algunas normas que bien podrían impulsarse al menos en la Unión Económica y Monetaria.

Sin embargo, Europa no existe. En aquel artículo del martes y, dos días después, el Fiscal General del Estado, reclamábamos la creación de una Fiscalía en el seno de la Unión que persiga las prácticas delictivas en los mercados financieros, la utilización de información privilegiada, el insider trading, la capacidad de manipular los precios.

Para que el mercado funcione y de él se obtengan excedentes para los productores y para los consumidores, debemos ordenar la competencia, evitar las prácticas fraudulentas, y, sobre todo, hacer oídos sordos a aquellas voces que supuestamente lo defienden cuando en realidad lo que pretenden es una suerte de naturalismo o darwinismo económico que da lugar a mayores grados de concentración y, por lo tanto, a menos mercado.

Muchos de los que defienden al libre mercado desde la más absoluta desregulación y como la solución de todos los males, el paraíso de la especulación, ni lo entienden, ni realmente lo defienden. Sólo pretenden confundir dos conceptos básicos pero distintos: la propiedad privada de los medios de producción y la libre concurrencia.

El libre mercado es una institución cuyos beneficios son evidentes. Sin embargo, no sirve para una justa distribución de la renta, de ahí que la intervención pública, la distribución secundaria de la misma, ayude a evitar que existan personas con condiciones sociales o personales adversas que por ello no puedan disfrutar del mismo grado de libertad.

Hay que crear instituciones supranacionales que ordenen los mercados financieros. Hagamos normas para defender al mercado de los actos delictivos contra la fijación de los precios y participemos en el debate que aquí nos trae con el objeto de defender al propio mercado del principal peligro que le acecha: los tontos.

Antonio Miguel Carmona. Profesor de Economía Española. Secretario de Economía del PSM-PSOE

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