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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Copenhague es una nueva oportunidad

Hoy arranca en la capital de Dinamarca la decimoquinta Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático, conocida como COP 15. No será la última de estas reuniones, que se celebran desde 1995, aunque es la que más expectativas ha despertado. Al inicio de la cumbre existe la confianza de que es posible sentar los cimientos de un compromiso que sustituya al Protocolo de Kioto. La decisión del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y del primer ministro de China, Wen Jiabao, que lideran los dos países más contaminantes del mundo, de estar presentes en Copenhague ha alimentado las esperanzas de cerrar un acuerdo multilateral para combatir el cambio climático. En principio, ambos acuden con compromisos concretos de reducción de las emisiones contaminantes en plazos asumibles.

Sin embargo, el éxito o el fracaso de la cumbre dependerá de dónde se ponga el listón. Y aquí empiezan las desavenencias. Estados Unidos propone reducir sus emisiones de CO2 un 17% para 2020 respecto a los niveles de 2005. Si se compara con 1990, la rebaja se limita a un escueto 4%, muy lejos del objetivo de la Unión Europea, que se ha comprometido a rebajar sus emisiones un 20%. Se explica así el descontento europeo y su pretensión de mayores esfuerzos por parte de la segunda nación más contaminante del mundo.

China es un caso distinto. Su posición de economía emergente justifica que precise ingentes cantidades de energía en los próximos años. Máxime cuando sus crecimientos del PIB pueden rondar el 10% anual y su desarrollo se concentra en el sector industrial. Es difícil impedir que sus niveles de contaminación crezcan en los próximos años. Además, en plena crisis, la actividad mundial confía en el tirón del gigante asiático como locomotora. En este contexto, no está carente de lógica que los países desarrollados acepten que el esfuerzo chino, como el de India y Brasil, se limiten a controlar el crecimiento de sus emisiones. Pero esto pasa por que China se comprometa a generar modelos energéticos y productivos eficientes y, en ningún caso, por justificar que las naciones emergentes eludan cumplir con su responsabilidad en el cuidado del planeta.

Afortunadamente, Copenhague marca muchas diferencias frente a Kioto. Para empezar, se admite ya de forma generalizada la responsabilidad de la actividad humana en el cambio climático, y así se supera un debate vigente desde Kioto. E igualmente, se asume la necesidad imperiosa de poner coto a los niveles de contaminación. Pero la discusión de estos días se centrará en qué parte de compromiso afronta cada uno. Y aquí, la Unión Europea debe hacer valer los esfuerzos que viene realizando hace años para exigir mayores impulsos a los países que decidieron quedarse fuera del protocolo de Kioto. Y en especial, a Estados Unidos, Canadá o Australia, entre los más industrializados.

Y esto, entre otras razones, porque no es aceptable que las exigencias en la reducción de emisiones se conviertan en un factor de competitividad entre las empresas dependiendo de su país de origen. No es de recibo que las compañías europeas puedan ser penalizadas con mayores costes, por ser menos contaminantes, que sus homólogas norteamericanas. El cambio climático es una urgencia que no puede dejarse al arbitrio de algunos Gobiernos que abusan de la buena disposición de otros.

Tampoco es justo señalar al mundo de ciertos sectores empresariales como responsable. Cobra peso en Copenhague la necesidad de involucrar a los particulares en la obligación de combatir el cambio climático. El transporte o el acondicionamiento de las viviendas, entre otros factores, deben ganar en eficiencia para reducir el uso energético.

En este sentido, el Gobierno español ha dado algunos pasos acertados, como la obligación de instalar equipos de energía renovable en las nuevas edificaciones o el impulso del transporte público con combustibles más limpios. Otras medidas, como eliminar las corbatas en verano o marcar legalmente la temperatura de los locales públicos, son tan anecdóticas como poco eficientes. Aquí también hay mucho por hacer.

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