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Tribuna
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Censura, democracia y responsabilidad

La censura sobre Google en China suelen estar adobadas con referencias hacia su otra gran muralla, apodada como great firewall, el gran cortafuegos, entre los internautas. Aunque esta pintura sugiere la inmensa y creciente potencia tecnológica del gran coloso, no es difícil verla completada con el dibujo opuesto: el de miles de funcionarios encerrados en un oscuro sótano de algún ministerio en Pekín, que pasan los días rastreando internet en busca de algo considerado sensible para el régimen. Al lado de la alta tecnología, la censura negra y pacata de nuestro viejo régimen franquista se instala en nuestra memoria al evocarla.

Detrás de esos recursos literarios no late, sin embargo, una realidad simple en el que Oriente y Occidente, China y EE UU, conforman dos modelos opuestos basados en la opacidad y la transparencia. No al menos así, de forma tan clara, desde que la crisis económica ha pulverizado muchos de nuestros mitos y desvelado los comportamientos tramposos de nuestra economía. Por ello, si queremos comprender la denuncia de Google sobre los ataques sistemáticos a sus servidores, no debemos situarnos en la esfera de los valores, sino en la de los intereses. Y asumir que la censura política en China y las actuaciones de las grandes corporaciones occidentales no han sido, precisamente, vectores enfrentados sino, en buena medida, convergentes.

La realidad es que las grandes corporaciones tecnológicas piensan en términos de mercado y beneficio cuando se refieren a China. Todas ellas, desde Google a Apple o Cisco, han asumido un papel que ha contribuido a legitimar y fortalecer tanto al gobierno como al modelo de crecimiento de la gran China. Cuando Google News se instaló allí en 2004, una denuncia aparecida en la revista NewScientist alertaba ya de que excluía como fuentes para el mercado interno a las mismas webs censuradas por el gobierno chino. Poco después, el servicio en China de Microsoft dedicado al hospedaje de webs dejaba de albergar, a petición del Gobierno chino, correos y páginas personales con contenidos políticamente sensibles, incluidos el blog de Michael Anti (seudónimo de Zhao Jing), un periodista crítico con la censura china. Tres años antes, en 2002, Yahoo, había sido acusada de colaborar con su potente motor de búsqueda en la detención de un ciberdisidente. Apple ha sido la última compañía tecnológica estadounidense que ha cedido a censurar sus servicios en China para obtener el beneplácito del gobierno chino, eliminando de la Apple Store chino cualquier aplicación que contenga alguna referencia al Dalai Lama.

Más datos. ¿De donde procede la tecnología madre de esos eficientes cortafuegos o esos ataques masivos contra los servidores de Google? Imposible saberlo aunque sí se sabe que Cisco Systems ha comercializado equipos concebidos específicamente para facilitar el trabajo de vigilancia de las comunicaciones que hace la policía china. No es el único caso. El soporte a los sistemas tecnológicos que arman la represión de otras dictaduras, desde Túnez a Birmania, es occidental.

El hecho de que estos datos fueran cazados contra la voluntad de estas grandes compañías y que estén ausentes de sus pomposas Memorias sobre Responsabilidad Empresarial, indica ya muchas cosas. Entre ellas las limitaciones de ese concepto en tanto que "contribución activa y voluntaria de las empresas al mejoramiento social, económico y ambiental", definición institucional en la que lo esencial es, para las empresas, su adjetivación como "activa y voluntaria", que la convierte en un añadido más o menos superfluo, o un elemento más de la comunicación corporativa.

Cuando el buscador de Google empezó a operar en China lo hizo, obviamente, previo acuerdo con el gobierno chino que la multinacional justificaba con el argumento que su presencia allí, y la consiguiente integración de ésta en los flujos informativos globales, compensaban el tener que autocensurar algunos de los resultados. Esta decisión fue ampliamente criticada por los grupos de derechos humanos en el extranjero. "Las declaraciones de Google sobre respetar la privacidad en internet son la cima de la hipocresía si se atiende a su estrategia en China", dijo entonces Reporteros Sin Fronteras. Si el objetivo hubiera sido ese, el que hoy dude entre marcharse o no por problemas graves de censura, demuestra, al menos, que entonces estaba equivocado.

Pero lo que el principal buscador del mundo apetecía era un mercado que entonces tenía ya 137 millones de usuarios de internet, pero que hoy, cuatro años después, casi se han triplicado, hasta alcanzar alrededor de 360 millones. Haber conseguido una cuota de casi el 30%, solo superado por el nacional Baidu, con más de un 60%, significa más de 100 millones de usuarios de sus servicios. Esa cuota y esas cifras son una muestra, en cualquier caso, de una dura batalla por la hegemonía de las comunicaciones digitales que no puede ser ajena al conflicto actual.

La actual denuncia de censura se produce en un nuevo contexto. De un lado, la propia lógica de internet potencia la capacidad de los propios usuarios de subir contenidos. No se trata ya de bloquear algunos proveedores de noticias sino de incapacitar el funcionamiento de las redes sociales como Facebook o Twitter, o las páginas para compartir vídeos como Youtube (un servicio de Google) que permanecen bloqueadas en el país asiático. Esta decisión tiene también mucho que ver, según algunos analistas, no solo con el deseo de controlar el flujo de información sensible (censuradas tras los sangrientos disturbios del pasado verano en Xinjiang) como con la voluntad de favorecer la consolidación de sus equivalentes chinas (Kaixinwan o Youkoo, en particular), en un contexto de preocupación china por mantener la hegemonía de las redes digitales.

En ese ambiente de dura competencia la gota que ha colmado el vaso han sido los ciberataques de hackers que, durante los últimos días, trataron de penetrar las cuentas de activistas de derechos humanos chinos en Gmail. Los ataques "altamente sofisticados", han afectando también, según Drummond, representante legal de Google, a 20 grandes compañías estadounidenses y aunque no se ha podido identificar a sus autores, "no cabe duda de que provienen de China".

Si Google busca un nuevo acuerdo con el Gobierno chino para proporcionar un servicio "dentro de las leyes chinas", es que sigue aceptando cierta censura pactada. Ocurre que la sociedad china madura y se organiza, el mundo se hace más permeable y el precio en términos de prestigio (y al final de negocio) es crecientemente alto. Las demandas de libertad de los ciudadanos son hoy mayores y las empresas se enfrentan a una nueva realidad: no basta con que rinda cuentas a sus accionistas, las tiene que rendir también a la sociedad.

Ignacio Muro Benayas. Secretario de la Asociación Información y Conocimiento (Asinyco). Economista y profesor en la Universidad Carlos III

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