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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cambios históricos que traen más incertidumbre

El cambio histórico que prendió a mediados de diciembre en Túnez y se ha extendido como un reguero de pólvora por el norte de África y Oriente Próximo tiene su reflejo más trágico en Libia. Los 42 años de dictadura del dictador Muamar Gadafi, nacidos desde un pretendido socialismo amarrado al tribalismo, han culminado con un patético discurso reclamando a los jóvenes, como puerta abierta a la guerra civil, que creen milicias ciudadanas para "mantener el orden". Ese mismo orden que debían preservar unas instituciones que el histrión Gadafi, sentado sobre las importantes reservas de hidrocarburos que nacionalizó, nunca ha creado. El autoproclamado guía revolucionario, promotor de terrorismo global, al que increíblemente la diplomacia de los países avanzados había reabierto recientemente las puertas, pretendió ser desde los años setenta adalid de un panarabismo que hoy, paradójicamente, se le ha vuelto en contra. Su Estado totalitario con pretensiones de dinastía dictatorial se ha visto emparedado entre los movimientos populares de Túnez y Egipto, y removido por la ola de revueltas que recorre el mundo árabe. La gran diferencia es que Gadafi solo quiere irse en un río de sangre del pueblo.

Nada asegura que estos procesos, mucho más complejos de lo que suele entender la cultura occidental, tengan una salida fácil. Y menos que esos países vayan a desembocar en desarrollos democráticos como se entienden en Occidente. Desde los enfrentamientos en Bahréin entre los suníes en el poder y los mayoritarios chiíes, hasta la incógnita de los Hermanos Musulmanes en Egipto, pasando por las dudas sobre el impacto de la revuelta en Marruecos o si los episodios alcanzarán a la todopoderosa Arabia Saudí, todo indica que la zona va a seguir experimentando movimientos convulsos mucho tiempo. Pero también que habrá un antes y un después de unas las revueltas en las que ni el régimen islamista iraní ni el proyecto fracasado de Irak ni el Estado de Israel, expectante ante tanta convulsión árabe, han dicho la última palabra.

Nunca en la historia reciente un área tan estratégica y extensa del planeta se ha visto envuelta en tales cambios. Pero muchos los esperaban. La explicación que pone el origen de las revueltas en las nuevas tecnologías de telecomunicaciones, y especialmente en las redes sociales, es correcta si se considera que han servido como herramientas de movilización. Pero el verdadero origen de los movimientos está en el pernicioso trípode en que regímenes del mundo árabe contemporáneo han basado su existencia y perpetuación: el soborno, la corrupción y la represión. Y todo ello con la connivencia de unas democracias occidentales que, una vez más, quedan en evidencia, como ha demostrado una Unión Europea obligada por la fuerza de los hechos a revisar su pobre política euromediterránea, tras evidenciar la tibieza y benevolencia de sus respuestas frente a regímenes que ignoran los derechos humanos.

Los efectos colaterales para la economía de este proceso son evidentes. La tensión en los mercados ha prolongado las caídas en las Bolsas y ya ha disparado el precio del petróleo a niveles de la crisis de 2008, con el consiguiente efecto perverso para la recuperación económica internacional.

En clave española, la preocupación se multiplica por más razones que la simple proximidad geográfica de los focos de conflicto. El alza del petróleo inyectará más inflación, cuando los precios ya están disparados pese al nulo crecimiento. Al fantasma de la estanflación se suma el impacto negativo en el negocio de las muchas empresas españolas que operan en el área, fundamentalmente de los sectores energético -Repsol suspendió ayer sus operaciones en Libia- y de la construcción, que ayer aceleraban sus planes para repatriar a sus trabajadores desde Libia con una colaboración por parte del Ministerio de Exteriores de eficacia discutible.

La mejora del negocio turístico, especialmente en Canarias, derivada del desplazamiento de importantes destinos como Egipto, no es sino coyuntural. El temor de un conflicto prolongado en el área es la peor de las noticas para una economía que, mientras intenta salir de la recesión, se vuelve a encontrar con un escenario de incertidumbre.

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