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Tribuna
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El BCE y el arma nuclear

Juan Ignacio Crespo

La inestabilidad reciente de los mercados de deuda pública no debería haber sido una sorpresa para nadie. Al fin y al cabo, todo el mundo sabía que quedaban muchos problemas por resolver y que la evolución típica de las grandes crisis en los mercados se produce por brotes sucesivos, o réplicas que arrancan de un terremoto principal.

Algo así sucedió con la gran crisis que vivió la deuda norteamericana en el año 1994 y siguientes, tras la inesperada subida de los tipos de interés que efectuó la Reserva Federal a comienzos de febrero de ese año. En aquella ocasión el paroxismo del primer terremoto se alcanzó en noviembre de 1994 y, durante los dos años siguientes, cada caída de precios de la deuda pública norteamericana tomaba tales proporciones que parecía a punto de terminar en otro cataclismo.

Algo más lejos en el tiempo, aunque más cercano a la experiencia de los telediarios, fue la crisis del Sistema Monetario Europeo (SME) entre 1992 y 1993. En este caso se podría hablar de tres momentos extremos: septiembre de 1992, y mayo y agosto de 1993. En cada una de esas ocasiones se devaluó la peseta y, tras el episodio de agosto de 1993, en que se ampliaron las bandas de oscilación de las monedas que lo componían, se dio casi por liquidado el SME. Sin embargo, solo cinco años y unos meses después nacía el euro.

Algunos achacan los problemas de la eurozona a los "débiles fundamentos" sobre los que se creó la moneda única. Nada más lejos de la realidad: el huracán financiero que se inició en agosto de 2007 tomó en septiembre de 2008 tales proporciones que se llevó por delante lo más granado del sistema bancario norteamericano y británico, además de sumir al mundo en una recesión y debilitar a los bancos de muchos más países. ¿Alguien podría extrañarse de que la zona euro, que aún no había pasado su primera prueba importante, se haya visto agitada por una verdadera tempestad? ¿Alguien hubiera dicho en 2000 que el sistema bancario norteamericano era endeble?

Lo importante en estos momentos es tener claro dos cosas: que vendrán más ataques (si tuvieran, como hasta ahora, el mismo ritmo de la crisis del SME, el siguiente caería para febrero o marzo) y que las autoridades de la UE, así como los diversos Gobiernos nacionales y el Banco Central Europeo (BCE) deberían tener preparado un plan de actuación para entonces.

Con independencia de los ajustes que los Gobiernos tengan que hacer para reducir el déficit público, el BCE dispone de una ilimitada potencia de fuego en forma de ampliación de su balance que le permitirá comprar tanta deuda pública de los Estados de la eurozona como sea necesario. En esto, el BCE ha sido realmente tímido, habida cuenta que su estatuto no solo le encarga que vele por la estabilidad de los precios sino por la marcha ordenada de los mercados.

Una actuación del BCE comparable a la del Banco de Inglaterra le llevaría a comprar entre el 20% y el 25% del total de deuda pública emitido por los países de la eurozona. Lo que vendría a ser más de un billón de euros. Una cantidad parecida surge de la comparación con lo que ha hecho la Reserva Federal en EE UU.

Pero, por si fuera poco, el BCE podría recurrir a un arma heterodoxa pero muy eficaz por el grado de apalancamiento que proporciona: la venta de protección contra el impago en el mercado de deuda a través de credit default swaps (CDS). Si lo hiciera, no solo evitaría gastar munición de su ilimitado arsenal sino que estaría ingresando la prima por la venta de un seguro. En la práctica, la venta de CDS por el BCE equivaldría a que el banco estaría garantizando o avalando determinadas cantidades de deuda de los países cuyo CDS vendiera.

El CDS no es un arma para ser usada de manera cotidiana por un banco central (aunque también podría usarla el Fondo de Estabilidad Financiera europeo), pero si necesidad obliga... El anuncio de que el BCE podría combinar la compra de deuda en el mercado de contado con el uso del CDS vendría a ser el equivalente a que el BCE enseñase a los mercados el arma nuclear disuasoria de que dispone. Y un viejo aforismo americano empezaría a recorrer Europa: "más vale no llevarle la contraria al BCE".

Juan Ignacio Crespo. Director en Thomson Reuters

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