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A fondo

La victoria de un presunto kamikaze

El abismo ha estado cerca. Era mucho lo que estaba en juego, casi demasiado para triunfar en un campo donde los fracasos se han acumulado uno tras otro. Más que un órdago, la guerra con Portugal Telecom para arrancarle su principal razón de orgullo y crecimiento era el acto de un kamikaze. Desesperación ha sido una palabra muy utilizada en los últimos días para referirse al movimiento realizado por César Alierta, incluso desde dentro de la firma que dirige.

Y es que no fue poco lo que este directivo puso en juego. Empezando por lo básico, se arriesgó a aniquilar una alianza con Portugal Telecom que les ha permitido ser lo que hoy son en Brasil. Es cierto que mañana quieren ser más, pero lo del presente se lo deben en buena parte a esa compañía portuguesa que hace dos días consiguieron rendir. Telefónica fue fuerte desde el principio en la telefonía fija brasileña, pero en móvil lo mejor lo tenía PT. Y Alierta lo tomó prestado. Primero al 50%, con una alianza para gestionar juntos las posesiones celulares de las dos compañías en Brasil, que fue el primer acto donde PT firmó su defunción. Y ahora al 100%. Quizá tenga que pagar un poco más y está claro que los portugueses aún tienen tiempo para seguir quitando el sueño a los financieros de Telefónica.... Pero la victoria está cerca y eso significa que se ha salvado el primer precipicio que se rozaba con un movimiento tan arriesgado: dinamitar el futuro de la española en Brasil.

El mismo argumento sirve para el segundo agujero negro al que se ha enfrentado Telefónica en las últimas semanas. La oferta a la desesperada por Vivo dejaba al descubierto todas sus debilidades en Brasil; su (otra vez) desesperada necesidad de crecimiento en la primera economía de Latinoamérica y en una nación que está llamada a ser más importante para Telefónica que su mercado nacional. Se había mostrado demasiado, ante el mercado y ante sus rivales.

Sin embargo, la oferta a Portugal Telecom no sólo puso en juego los fundamentales financieros de Telefónica. También arriesgó los emocionales. La credibilidad de los inversores y el respeto de los mercados, activos fundamentales de todo gestor, habrían sobrevivido con dificultad a un fracaso del calado de lo que habría sido el tercer error táctico en Brasil y sin duda el más importante.

Ahora, todo eso es historia. La desesperación se ha convertido en visión. El kamikaze se ha quitado la careta. La acción suicida no era tal, sino una estrategia premeditada y pensada al milímetro no sólo para atacar, sino para ganar. La desesperación se convierte en audacia cuando al final del camino está la victoria. El término de una larga travesía está más cerca. Queda todavía mes y medio de incertidumbre, pero para un viaje que se comenzó en 2001 eso está a la vuelta de la esquina. El ataque final, sin embargo, es más reciente. Fue en octubre cuando las máquinas para hacerse con Vivo empezaron a trabajar con intensidad. Se buscó el momento propicio, para que todo remara a favor, desde los problemas económicos de Portugal, para forzar una reacción tibia del Gobierno, hasta la necesidad de fondos de los bancos.

PT ha hecho lo posible para resistirse. Pero desde el principio jugó en campo contrario y con árbitro casero. Con sus finanzas tocadas por un compromiso asfixiante de pago de dividendos y con un mercado local en retroceso, Telefónica sabía que no tendría posibilidad de tentar a sus accionistas con una respuesta financiera satisfactoria.

Pese a ello, intentó negociar y llegar a un acuerdo con PT. Los gestores se negaron hasta el final y entonces Telefónica dio el golpe de gracia. Sacó la chequera y puso ante los ojos de Gobierno, gestores y accionistas una suma multimillonaria, que PT sería incapaz de amasar en solario. Alierta sabía que en el mundo de los negocios el lenguaje que se habla es el del dinero. El martes se licenció cum laude en idiomas.

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