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A fondo

El mea culpa de Fortis

En una crisis financiera sin suicidios, juicios ni encarcelamientos, se agradece que, por fin, uno de sus principales responsables, al menos en Europa, se haya atrevido a dar la cara ante la opinión pública. Y como cabía imaginar, ha desatado una auténtica ola de cólera contra sus declaraciones.

La dolorosa primicia le ha correspondido a Maurice Lippens, hasta hace un año sinónimo del gestor capaz de convertir un banco local como Fortis en un imperio financiero europeo. El líder bancario del Benelux se vanagloriaba en 2007, tras comprar parte de ABN Amro, "de haber aprovechado la excepcional oportunidad de participar en la adquisición más grande y más ambiciosa de la historia del sector financiero".

Un año después, Fortis se desintegraba y dejaba una factura multimillonaria a las haciendas de Holanda, Bélgica y Luxemburgo. o el enemigo público número uno para muchos contribuyentes, ahorradores, accionistas e inversores afectados por la implosión de su banco.

Tras un año de silencio, a salvo del linchamiento dialéctico, Lippens ha decidido tantear el terreno donde cayeron los cascotes de Fortis. Y entre la polvareda económica y política, que comienza a despejarse, ha vuelto para decir que lo siente, aunque insiste en que no cometió ninguna ilegalidad.

"No lo pude impedir", se disculpa Lippens en su primera entrevista, concedida a los diarios belgas L'Echo (francófono) y De Tidj (neerlandóno). "Hubiera hecho cualquier cosa para lograr que Fortis no se hundiera. Pero no lo logré. Y lo lamento".

Las palabras del antiguo presidente de Fortis, a juzgar por la reacción mediática desatada, han sonado arrogantes y esquivas para miles de contribuyentes, ahorradores, accionistas e inversores que se sienten víctimas de la implosión de Fortis. La clase política belga acusa a Lippens, además, de haber desaparecido dejando tras de sí una hecatombe financiera.

"Estaba agotado moral y físicamente. Y profundamente herido", justifica el antiguo banquero su silencio. "Decidí callarme (...) aunque era consciente de no haber mentido nunca ni de haber traicionado nunca mi palabra".

Ahora ha recuperado el aliento. Pero en sus labios, la catarsis se convierte en un ajuste de cuentas en el que casi todo el mundo, menos él, parece culpable de la caída del banco. Sólo admite algunos errores parciales de gestión, "pero no creo que fueran la causa de la debacle de Fortis". Mucho más grave, a su juicio, fue la "traición" del Gobierno holandés y del Banco Nacional de Holanda por haber demorado la toma de control de ABN Amor. La irresponsabilidad al Gobierno belga por haber centrado los esfuerzos de rescate en los clientes de Fortis, dejando de lado a los accionistas. O la ira tardia y manipulada de los accionistas del banco que levantaron la voz.

La lectura del exorcismo de Lippens permite, en cualquier caso, un primer vistazo a la intrahistoria de una de las crisis financieras más importantes del capitalismo. Y sorprende que, a juicio del todopoderoso jerarca de las finanzas belgas hasta 2008, quizá el colapso se hubiera podido evitar con una mejor política de comunicación y con una gestión más atenta. "Debería haber dado un golpe en la mesa más a menudo", resume Lippens. Un balance que, probablemente, pasará a formar parte de los temarios de las escuelas de negocio europeas.

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