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Las falsificaciones llegan al selecto mundo del vino

Durante un almuerzo en el restaurante Per Se de Nueva York, Emmanuel Cruse, el joven propietario de la bodega Chateau d'Issan, llama la atención sobre la nueva etiqueta que llevan las botellas del vino de su cosecha 2002. La muy apreciada tercera cepa de ese Margaux de Burdeos tiene una característica etiqueta dorada con un dibujo en negro. Aunque la botella no parece diferente en ningún sentido, lleva un holograma imposible de imitar, un microtexto incorporado en el dibujo que sólo es visible con lupa y números en código ocultos para poder rastrearla hasta el minorista, explica Cruse.

Todo eso forma parte de la callada batalla que libran los bodegueros contra la falsificación de vinos. Interpol estima que el 6% de todos los bienes que se consumen en el mundo son falsificados. Y no se trata sólo de imitaciones de bolsos de Gucci y relojes de Rolex. A medida que los precios de los vinos más exclusivos han ido subiendo hasta costar miles de euros, los falsificadores provistos de un simple programa de impresión pueden hacer un buen negocio. La idea de crear etiquetas a prueba de copia comenzó con los mejores vinos de Burdeos.

Nadie puede precisar la magnitud de la falsificación de vinos. Sin embargo, el sector vitivinícola consideró que se trataba de una cuestión lo bastante grave como para analizarla la semana pasada en la feria Vinexpo de Burdeos. Representantes de ocho empresas especializadas en métodos para combatir las falsificaciones describieron los sistemas de alta tecnología que recomiendan para esa batalla: desde exclusivas etiquetas de burbuja hechas con una resina transparente especial que forma ampollas imposibles de duplicar en los dibujos, hasta el papel con características de seguridad como las de los billetes de banco.

Identificaciones de papel similar al de los billetes de banco, hologramas o microtexto incorporado en el dibujo de la marca son lo último para distinguir las botellas originales

Los productores son comprensiblemente reacios a llamar la atención pública hacia el problema. No quieren sembrar dudas entre los coleccionistas de vinos que pagan grandes sumas por botellas muy buscadas. Y tampoco quieren publicitar la forma en que los imitadores hacen su trabajo.

El veloz crecimiento de la actividad delictiva con el vino apunta a falsificar botellas del mejor vino de Burdeos, como el Chateau Petrus (un vino de una cosecha como la de 1982 ronda los 2.500 euros la botella) y otros selectos caldos de colección, como el Grange de Australia y el Sassicaia de Italia, que cuestan entre 415 y 1.240 euros por las cosechas más añejas. Los timos ya no se limitan, como antaño, a rellenar las botellas abiertas antes de llevarlas a la mesa. A veces los falsificadores pertenecen a redes delictivas organizadas; otras son estafadores solitarios. Ahora, con un suministro apropiado de corchos, software para imprimir las etiquetas y botellas, las imitaciones van a parar bien cerradas a las cajas. Es posible que el comprador no descorche esos vinos durante muchos años, demorando el descubrimiento de la falsificación. Y eso, por supuesto, en caso de que pueda notar la diferencia.

No obstante, la proliferación de nuevas etiquetas a prueba de falsificación como la de las botellas del vino Chateau d'Issan cosecha 2002 debe darles a los compradores algo de consuelo, y a los falsificadores, un dolor de cabeza más.

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