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Frederick A. Henderson y Edward E. Whitacre

Los colosos de 'Motown'

El consejero delegado y el presidente de la nueva General Motors se enfrentan a una tarea de titanes: levantar y/o reinventar la antaño novia de América.

Los colosos de 'Motown'
Los colosos de 'Motown'Cinco Días

El embrollo que se ha formado con los despojos de General Motors, la que fue la mayor automovilística del mundo, es de proporciones épicas. Y no es para menos: se trata de una compañía que en 2008 empleaba a más de 300.000 trabajadores e ingresaba 180.000 millones de dólares anuales -una cifra igual al PIB de los 60 países más pobres del mundo-. La Grande de Motown no soportó los envites de la crisis global: tuvo que ser rescatada por Washington, que inyectó 60.000 millones, y completar un proceso de bancarrota. El último de los culebrones que ha generado es el de la venta de Opel, su filial europea, pretendida por el tándem Magna-Sberbank y por RHJ, aunque ahora se habla de que quizá se opte por no traspasarla. De lo que se decida en esta materia dependen, entre otros, los 7.000 empleos de la planta aragonesa de Figueruelas.

Resucitar a uno de los estandartes del poderío y la cultura americana -un granjero de Iowa no es nadie sin su pick-up GMC- es una tarea de titanes. Por eso el Gobierno federal escogió para ello a dos personalidades de peso, aunque de distinta talla.

Dicen los textos clásicos que la estatua más grande levantada por el hombre hasta la de la Libertad fue el Coloso de Rodas, erigida en la isla griega del mismo nombre en el siglo III a. C. en honor al dios Helios. Edward E. Whitacre (Enis, Texas, 1942) no es ni mucho menos una divinidad, pero sus cerca de dos metros de altura hacen del ejecutivo uno de los gigantes de los consejos de administración. Aunque sus logros al frente de AT&T, una anquilosada empresa telefónica regional cuando la tomó que ahora es la mayor y más dinámica operadora de telefonía de EE UU, han corroborado con creces que su estilo de gestión también da la talla. El Departamento del Tesoro, que posee el 60% de la nueva GM, decidió hace dos meses nombrarlo presidente precisamente por sus acreditadas dotes de reestructuración.

La estructura bicéfala de GM no ha producido aún desencuentros irreconciliables, aunque el ambiente es tenso

Y para no romper del todo la armonía en el Olimpo de los Dioses de Detroit, Washington decidió en marzo colocar como consejero delegado de GM a uno de sus rostros más reconocibles, como lo es la Estatua de la Libertad para los neoyorquinos. Se trata de Frederick A. Henderson (Detroit, 1958), un hombre que lleva más de 25 años en la casa y que era el vicepresidente de ésta cuando su jefe y mentor, Rick Wagoner, fue forzado por Obama a abandonar la presidencia.

Las similitudes entre el Coloso de Rodas y la Estatua de la Libertad saltan a la vista -la segunda está basada de hecho en la primera-. Nada más lejos, en cambio, de lo que sucede entre Whitacre, más conocido como Big Ed, y Fritz Henderson. Dos hombres con dos perfiles profesionales muy distintos.

Y, en este sentido, es el tejano el que se lleva la palma. Big Ed pasó en AT&T 44 años -sólo diez menos de los que tardó el Coloso de Rodas en caer derribado por un terremoto, convirtiéndose así en la más efímera de las Siete Maravillas-. Eso sí: los últimos 17 los pasó como presidente ejecutivo. Whitacre empezó por abajo. Recaló en 1963 en Southwestern Bell, germen de la futura AT&T, como técnico de reparaciones mientras estudiaba ingeniería industrial. En 1988 fue nombrado presidente y al poco tiempo inició una política de fusiones -adquirió cinco competidoras- que hicieron de la empresa la mayor proveedora de telefonía de EE UU. La posterior adquisición de BellSouth aseguró a AT&T la supremacía también en la telefonía móvil.

Henderson, en cambio, pese a llevar años siendo uno de los hombres fuertes de GM, no puede borrar de su currículum la mancha de haber pertenecido al cuerpo de directivos que llevó a la compañía a la quiebra. Igual que la Estatua de la Libertad era la primera imagen que veían el siglo pasado los inmigrantes europeos a su llegada en barco a Nueva York, pocos serán los que no vean en Fritz el rastro de Wagoner. Asimismo, Henderson tendrá que trabajar a contrarreloj para agradar al Gobierno, accionista mayoritario de la compañía, ya que el Consejo presidido por Whitacre será el encargado, entre otras cosas, de evaluar si Fritz y el resto de altos directivos merecen o no mantener sus puestos.

La estructura bicéfala de GM no ha producido aún desencuentros irreconciliables, aunque el ambiente es tenso. Fue Whitacre quien decidió que Henderson, partidario de vender Opel a Magna, negociase unas mejores condiciones del acuerdo o considerase otras opciones, como no venderla. Decisión, por cierto, apoyada por el Departamento del Tesoro. A ver si el monumento al dios del Sol sería en realidad más grande que la Estatua de la Libertad.

Las cuestiones que deben dirimir los colosos de GM son demasiado importantes para que se vean ensombrecidas por sus diferencias. O por los detalles, como le pasó a Wagoner: el hecho de acudir a Washington el pasado mes de octubre en su jet privado, igual que sus colegas de Ford y Chrysler, a pedir dinero para rescatar el sector se convirtió en un escándalo tal que el mes siguiente tuvo que sufrir las ocho horas de trayecto en coche que separan Washington de Detroit para acudir a la siguiente reunión. Si Magna y Opel acaban cerrando el trato, que a nadie le sorprenda que Henderson cruce el Atlántico en barco para firmar el acuerdo.

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