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A fondo

La zona euro contempla el precipicio

Operarios limpian el símbolo del euro
Operarios limpian el símbolo del euroCINCO DÍAS

La zona euro se asomó la semana pasada al abismo. Y, por primera vez, los mercados especularon sobre su posible desintegración. La noche del 9 al 10 de mayo, los ministros de Economía y Finanzas de la UE urdieron a toda prisa un paracaídas de 750.000 millones de euros. Pero en lugar de dar un paso atrás y alejarse definitivamente del precipicio, se quedaron en el borde, convencidos de que nadie se atreverá a empujarles para comprobar la resistencia de su precario salvavidas. Craso error, repiten la mayoría de los analistas e instituciones multilaterales.

Marek Belka, representante del Fondo Monetario Internacional para Europa, describió el multimillonario rescate preventivo como "una especie de morfina para estabilizar al paciente, pero el verdadero tratamiento aún está por llegar". Duras palabras de una institución que, por exigencia de Berlín, ha asumido la tutela económica de la Unión Monetaria Europea (UME).

El FMI insiste en que la zona euro debe profundizar su integración y avanzar en la coordinación económica para zanjar de una vez las dudas sobre su viabilidad. Y la Comisión Europea comparte el diagnóstico. "Europa se ha enfrentado a una emergencia, pero ahora debemos abordar la raíz del problema", ha señalado el presidente de la CE, José Manuel Barroso.

La raíz, según Simon Tilford, del instituto de estudios Centre for European Reform, se encuentra en la brecha endémica "entre la retórica de una Europa unida e integrada y la realidad de unas políticas e intereses nacionales". La brecha, reconoce Tilford, siempre ha existido. "Pero en el caso del euro", advierte, "puede ser letal y provocar la desbandada de los socios". Durante la primera década del euro, la brecha pareció pasar inadvertida a unos mercados que equiparaban el riesgo de la deuda pública de todos los socios a la del bono alemán, lo que permitía a países como Grecia, Portugal o España, beneficiarse de unas envidiables condiciones de financiación.

Pero tras la revelación del verdadero déficit público de Atenas (casi cinco veces la cifra oficial) y las dudas sobre las previsiones de crecimiento de la mayor parte de los socios de la zona euro, los mercados comenzaron a penalizar la deuda pública presuntamente menos fiable.

La crisis griega también ha resquebrajado la credibilidad del Pacto de Estabilidad, invocado por el Banco Central Europeo como el imprescindible armazón que permite sobrevivir a la Unión Monetaria sin dotarse de una política presupuestaria común. "El Pacto es sólido, pero ha sufrido un incumplimiento crónico de sus normas y principios", reconocía esta misma semana Olli Rehn, comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros.

Rehn ha presentado varias propuestas para reformar el Pacto por segunda vez (ya se revisó en 2005) e intentar "afilar sus dientes" para imponer la disciplina fiscal. El comisario quiere expedientes disciplinarios más rápidos, sanciones más frecuentes y suspensión del Fondo de Cohesión (que sólo reciben los Estado más pobres) para los países reincidentes en la violación del Pacto.

Bruselas, probablemente, contará con el apoyo de Alemania para aprobar esos cambios. Berlín incluso ha sugerido la posibilidad de establecer una cláusula de expulsión de la zona euro para los países más indisciplinados, aunque la idea no cuenta con el respaldo de Rehn y algunos economistas la consideran un despropósito.

Pero, en cualquier caso, la CE sabe que por muy duros que sean los castigos, siempre llegarán tarde para salvar la estabilidad de la zona euro. Por eso, Bruselas quiere sobre todo reforzar la parte preventiva y estrechar la vigilancia a la política económica de los socios antes incluso de su adopción. Y ahí no cuenta, por ahora, con el apoyo de la canciller alemana, Angela Merkel. Alemania, entre otros países, se resiste a compartir con el resto de socios, como propone Rehn, las grandes líneas de sus presupuestos nacionales antes de debatirlas en su Parlamento. La idea ya fue defendida, sin éxito, por el antiguo comisario de Asuntos Económicos, Pedro Solbes (1999-2004). Pero la visión del abismo parece haber cambiado algunas sensibilidades y Bruselas confía en sacarla ahora adelante. El nuevo impulso puede permitir, por ejemplo, que Eurostat, la oficina de estadísticas comunitaria, asuma poderes de auditorías sobre las cuentas públicas, otra iniciativa añeja (el también comisario de Asuntos Económicos, Joaquín Almunia, la planteó hace un lustro), abortada por las reticencias de capitales como Berlín.

Barroso, sin embargo, está convencido de que esas ideas ahora resultan mucho más aceptables porque "ha quedado claro que no podemos tener Unión Monetaria si no tenemos Unión Económica".

La otra asignatura pendiente parece, en cambio, más difícil de aprobar. Se trata de recuperar el crecimiento y, al mismo, tiempo reducir unos números rojos que suponen un déficit medio del 6,6% y una deuda media del 84,7%. Los desequilibrios internos, además, pueden retrasar la recuperación, ya de por sí débil (se prevé un crecimiento de sólo el 0,9% este año, y del 1,5% en 2011).

Y no sólo por culpa de los países meridionales, sino también por la resistencia de Alemania a estimular su demanda interna y compensar la caída de la actividad en el resto de la zona euro. Al final, todos los problemas de la zona euro pasan por Atenas y Madrid, pero también por Berlín.

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