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A fondo

Un calendario perverso para Zapatero

El poder periférico del PSOE aumenta la presión para que cambie el Gobierno.

La atención de no pocos ministros y de la dirección del PSOE se concentra en el corto plazo en la persona que elegirá José Luis Rodríguez Zapatero para cubrir la vacante que deja Celestino Corbacho en el Ministerio de Trabajo. Las opiniones sobre si conviene colocar en este potro de tortura a un perfil técnico o a otro más político están muy divididas, si bien hay consenso en que la personalidad del agraciado aportará claves sobre las intenciones que alberga el presidente del Gobierno para cuando afronte una remodelación más amplia del Gabinete, previsiblemente después de Navidades.

Por más que Zapatero intente convencer a propios y extraños de que la crisis de Gobierno se sitúa ahora fuera de su agenda, las presiones que está recibiendo el presidente por parte de los dirigentes regionales del partido para que resucite el Gabinete y protagonice un golpe de timón con vistas a las elecciones de mayo son cada vez más fuertes. Tanto, que si no mueve ficha puede encontrarse con un reguero de protestas que incidan en lo que acaba de denunciar hace unos días el presidente castellano manchego, José María Barreda. "O cambiamos de rumbo, o vamos hacia una catástrofe electoral", ha pronosticado.

El poder periférico del PSOE aspira a que, por lo menos, Zapatero y su Gobierno expliquen el giro aplicado a la política económica desde el mes de mayo para que pueda ser digerido por un electorado de izquierda que parece no conformarse con las alusiones tan irónicas del presidente a sus propias incoherencias. "Que me lo digan a mí en este momento", comentó recientemente en público para reconocer que la izquierda también tiene sus contradicciones. Que se sepa, hasta ahora no ha hecho alusión a las mismas en ninguno de los órganos federales de su partido, como tampoco en los mítines donde debería buscar la recuperación de la sintonía con sus votantes. Y lo peor de todo, consideran fuentes socialistas, es que Ferraz parece haber perdido también el pulso para convertirse en refugio de aquellos que han decidido divorciarse del Gobierno por las reformas que ha emprendido en los últimos meses y las que se propone abordar en el futuro. En la etapa de Felipe González se produjeron intensos roces con el partido que el ex presidente hizo patentes con la advertencia de que gobernaba desde La Moncloa y no desde Ferraz. Ese aviso introdujo dos posibles polos de referencia para los socialistas y ayudó, al menos, a consolidar un soporte electoral que nunca bajó durante su mandato del 37%. Sin embargo, ahora este suelo amenaza con abrirse en un gran socavón de proporciones incalculables. De hecho, en el PSOE se alberga el temor de que Zapatero arrastre consigo a la debacle a todo el partido si se acomoda en el inmovilismo que acompaña a la sensación creciente de que él mismo constituye el problema y no la solución.

El calendario político ofrece pocas alegrías al presidente y estrecha su margen de maniobra para reaccionar. A partir del 28 de noviembre, cuando el trámite presupuestario haya atravesado el paso del ecuador, Zapatero se verá obligado a gestionar lo que todas las encuestas anticipan como un severo castigo electoral para su partido en Cataluña. Aunque Celestino Corbacho trabaje para desactivar las voces que dentro del PSC señalen al presidente como cómplice de la derrota, el clima no contribuirá al sosiego, ya que faltarán seis meses para el gran examen de las elecciones autonómicas y locales de mayo, en las que Zapatero y el PSOE se juegan su futuro.

El presidente ha reivindicado su derecho a retrasar hasta entonces su decisión sobre si repite o no en el cartel electoral, una incertidumbre sobre la que gravitan buena parte de los movimientos que en estos momentos se perciben dentro del partido y del Gobierno para influir en la futura carrera sucesoria.

Hay quienes interpretan la pereza con la que el presidente parece afrontar el cambio de Gobierno como producto de su resistencia a señalar con tanta antelación a su posible sucesor. Por ejemplo, la hipotética sustitución de María Teresa Fernández de la Vega por Alfredo Pérez Rubalcaba en la Vicepresidencia Primera sería de fácil lectura. La táctica pasaría por ocultar al posible tapado hasta última hora, para poner en dificultades a un líder de la oposición cada vez más convencido de que esa insoportable levedad que muchos le critican le está siendo rentable, al menos en las encuestas.

La paciencia de Rajoy

Muchos de los que en el PP denostaban a Mariano Rajoy por no enseñar sus cartas le reconocen ahora como un paciente estratega que puede cumplir su sueño de llegar a La Moncloa sin haber enseñado las partes más sensibles y comprometidas de su programa electoral. Por ello, si se mantiene esta tendencia, crecerán dentro del PSOE los partidarios de que Zapatero dé la vuelta al ruedo antes de 2012 y ceda el cartel electoral a quien salga mejor retratado en las encuestas que tanto gustan al presidente.

En 2000, Joaquín Almunia intentó a la desesperada frenar el declive socialista valiéndose de un pacto de última hora con Izquierda Unida que le regaló a José María Aznar la mayoría absoluta. Con todo, apuntaló el suelo electoral del PSOE en el 34%. Ahora, se trataría de una operación bastante menos arriesgada si se acierta con el candidato elegido, teniendo en cuenta que las posibilidades de Rajoy se asientan, sobre todo, en la fidelidad de sus votantes y que el PSOE ha tocado ya el subsuelo del 28%, nunca conocido en unas legislativas.

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