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Rusia

Un billón de euros para llegar al siglo XXI

Rusia quiere modernizar su atrasada economía, pero la mala imagen del país frena la inversión privada

Un billón largo de euros separa a Rusia del siglo XXI. El Kremlin lo sabe. Y acaba de aprovechar el Foro anual de inversión que se celebra en Sochi, a orillas del mar Negro, para lanzar un multimillonario programa de infraestructuras e intentar seducir de paso a los cientos de inversores presentes.

'Esperamos que los inversores privados jueguen un papel clave y cada vez más visible en la modernización a gran escala de la economía', afirmó el presidente ruso, Vladimir Putin, en la primera jornada de un foro celebrado entre el 21 y el 23 de septiembre.

Pero al gobierno de Putin no se le escapa que ni siquiera sus arcas repletas de petrodólares y gasodólares alcanzan para cubrir las acuciantes necesidades de modernización de unas infraestructuras ancladas en la era soviética. El capital público sólo puede asumir el 20% de la factura. El resto, deberá ser capital privado y, en gran parte, extranjero, lo cual parece difícil a la vista de la mala imagen internacional del país.

El primer ministro, Serguei Ivanov, prometió a quienes asuman el riesgo que se introducirán reformas legales 'para garantizar que recobran la inversión y obtienen beneficios'.

Pero ni siquiera las garantías al más alto nivel político parecen, de momento, suficientes para convencer a los inversores internacionales. Las cifras de la OCDE indican que la inversión extranjera en Rusia, aunque ha batido récords en 2004 y 2005, se mantiene muy baja en relación con el tamaño de su economía. Y la mala imagen de Rusia frena especialmente la participación en proyectos a largo plazo.

'Esa percepción no se corresponde con la realidad', aseguró en Sochi el presidente de KPMG en el país, Roger Munnings. 'Y es fundamental corregir esa percepción porque se trata un país que cada vez es más importante para la economía mundial'.

El origen de los malentendidos parece claro para una buena parte de los rusos, que achacan la mala imagen de su país a una campaña orquestada desde instancias internacionales. La teoría de la conspiración hace mella incluso en personas como Helen Teplitskaia, presidenta de la Cámara de Comercio e Industria Ruso-americana, quien denuncia la actuación de 'lobbies que trabajan contra Rusia'. Teplitskaia cree que esos grupos aventan sin parar 'fantasmas de la guerra fría'.

Por supuesto, esa teoría obvia sombras tan recientes como Litvinenko, Politovskaia o Beslan ni los dudosos credenciales democráticos de la actual administración. 'Estamos en un país donde el pueblo trabaja para el Gobierno y no al revés', musita durante una de las recepciones del Foro el empleado de una empresa de alimentación con sede en Rostov.

Tales quejas no se escuchan a menudo en un país donde pervive la impresión, paranoica o no, de que cualquier interlocutor puede ser un chivato o un espía. 'Rusia es una democracia en vías de desarrollo', justifica Teplitskaia las desviaciones de los estándares internacionales.

Quizá. Pero la inseguridad jurídica y la falta de transparencia disuaden, según el análisis de la OCDE, a los inversores internacionales que tanto necesita la economía del país. El 80% de los empresarios extranjeros presentes en Rusia se limitan a mantener una actividad puramente mercantil, sin compromiso alguno con proyectos de largo alcance.

El vicepresidente del Banco Mundial, Shigeo Katsu, en una intervención que no fue muy aplaudida, advirtió durante el Foro de Sochi que la inversión rusa en infraestructuras, inferior al 5% del PIB del país, parece claramente insuficiente. 'En Asia, los países se están gastando el 9%', comparó.

La escasa inversión contrasta con la euforia de una oligarquía que ha recuperado el orgullo bajo el mandato de Putin. 'Hay que venir aquí y ver en directo lo que está pasando', repite una y otra vez durante el Foro Alexandre Manchevsky, consejero de la presidencia rusa. 'No hay que conformarse con la versión de otros'. Los proyectos, entre estrambóticos y faraónicos, se suceden, en efecto, en las casetas que cada región rusa ha instalado en el Foro para atraer la inversión privada. Y aunque a veces pesa la impresión de que muchos no superarán la fase de la maqueta, la bonanza derivada de la escalada del precio del petróleo hace soñar con quimeras como la construcción de una isla artificial de 250 hectáreas con el perfil de la federación rusa. 'Hay muy pocos lugares del mundo donde se puede hacer algo así', se entusiasma el arquitecto que firma el proyecto, el holandés Erik van Egeraat. 'En mi país, hubieran dicho que es un exceso'.

Rusia, en cambio, parece haber sucumbido a una fascinación por el consumismo estadounidense mezclada con la admiración por la pujanza china. Frank Schauff, presidente de la Asociación de empresas europeas en Rusia, constata tras 20 años de experiencia en el país, un nuevo clima. 'La diferencia está clara', dice, 'y es para bien'. Schauff reconoce que la recobrada confianza ha complicado las relaciones con Moscú, pero lo atribuye simplemente a que 'Rusia tiene ahora sus propios objetivos'.

Pero la transformación rusa todavía depara escenas inquietantemente contradictorias. Como una fosa séptica abierta y rebosando excrementos en el mismísimo recinto donde se celebra el Foro internacional. Y poco después, una fiesta a todo trapo en el local más cool de Sochi, réplica sobre el mar de una plataforma petrolífera. Todo un símbolo para un país donde la ostentación y los albañales a veces están demasiado cerca.

Sin vodka

El Foro de Sochi muestra, según el senador de la región Alexandre Pochinok, que Rusia sabe relacionarse con los inversores extranjeros. 'Antes, empezábamos por emborracharles. Ahora, se fija desde el principio hasta la fecha en que concluirá un proyecto'.

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