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Análisis

Zapatero, un año de liberalismo impostado

Hoy hace un año que el presidente del Gobierno "se cayó de la burra" socialista para pisar la tierra firme del liberalismo.

Hoy hace un año que José Luis Rodríguez Zapatero, desde el atril de oradores del Congreso y sin levantar ni una sola vez la cabeza, encajó con desacostumbrada humildad las líneas desagradables de una política económica de la que había renegado hasta entonces y se entregó, por imperativo financiero, a los dictados de Berlín, de París y de Londres.

Hoy hace un año del Pearl Harbor particular de Zapatero, en el que el presidente sintió la mordedura venal de la crisis y echó por tierra la confianza que generaba en una mayoría cada vez más minoritaria de la sociedad y dijo adiós a sus posibilidades de reelección. Hoy hace un año que se acabó el buen rollo de la salida social de la crisis, para encarar la realidad dura de la austeridad por una larga temporada. Hoy hace un año que la superficial consistencia política de Zapatero y su flor en el trasero dejaron de recibir el riego y el barniz populista de la propaganda para someterse a los rigores de la cruda realidad, y se tornaron inconsistencia explícita. Hoy hace un año que Zapatero quedó desnudo.

Hacer simulaciones con el destino económico de España si el volantazo impuesto por Bruselas y los mercados financieros no se hubiese producido tiene un sentido poco práctico. Pero bien seguro es que España habría seguido el oscuro túnel del rescate financiero por el que desfilan las economías griega, irlandesa y portuguesa. El precio pagado por evitarlo está bien empleado, aunque haya costado una parte apreciable de renta de forma directa a miles de españoles y de forma indirecta a la totalidad, porque la factura de haber renunciado a ello habría sido de incalculable sufrimiento.

Aunque la fiebre electoral impide ahora a Zapatero admitir que aplicó la tijera más afiliada de la democracia al Presupuesto público, con dentelladas notables a la inversión, el gasto corriente, las pensiones y los sueldos de los funcionarios, el presidente se entregó hace un año a una política enfocada a cumplir con las exigencias fiscales de los socios comunitarios con un entusiasmo aparente desconocido. Sin ocultar nunca su desagrado con su práctica económica, planteó también una serie de reformas en los mercados de bienes, servicios y factores como si se tratase del converso más resuelto.

En el zig-zag económico que supuso despedir a Pedro Solbes en la primavera de 2009 por tener inclinaciones liberales y tentaciones de rigorista administrador de las finanzas públicas, para asumir él la dirección de la política económica en obediente comandita con Elena Salgado, volvió a unas posiciones que, quién sabe, a lo mejor la gestión de Solbes habría evitado.

Abandonó, tras un fin de semana de vigilia en la que hacía cuentas interminables con su equipo económico, la salida social a la crisis en la que los sindicatos eran cómplices complacientes, y adoptó un ideario reformador que prometía transformar el modelo productivo español en pocos meses. Una bella quimera.

Un año después el nuevo modelo de crecimiento no está y casi nadie lo espera. Las reformas se han empequeñecido a medida que avanzaban de despacho en despacho hasta la meas del Consejo de Ministros, y muchas de ellas están amortizadas sin haber dado más frutos que una serie de proclamaciones propagandísticas en la tribuna del portavoz del Consejo de Ministros los últimos 52 viernes.

Se ha atajado el déficit público a costa de planchar el crecimiento económico (la prioridad es la prioridad); se ha diseñado una estructura de acceso a las pensiones de jubilación más razonable que no será suficiente para sostener las finanzas de la Seguridad Social sin reformas adicionales; se ha hecho una reforma laboral superficial que no arregla ni los problemas superficiales del mercado de trabajo, mientras el desempleo devora trabajadores por millares y se acerca peligrosamente a los cinco millones de personas.

Y hasta aquí el liberalismo simulado, casi impostado, de Zapatero, todo formalidad, sin más contenido que el ajuste de las cuentas. Todo lo demás, los cambios normativos sin los cuales es impensable recomponer las bases del crecimiento económico, son promesas para quedar bien y consumir meses, arrastrando los pies hasta las elecciones generales.

Con el PSOE contra las cuerdas en las encuestas, en las municipales, las autonómicas y las generales, Zapatero no moverá un dedo por liberalizar la economía. Primero porque no cree que tales políticas proporcionen retornos, pero fundamentalmente para no cercenar más las posibilidades electorales de un partido que ha gobernado con desconocido individualismo en los últimos once años.

El peligro de que España sea arrastrada por el oleaje de la crisis de deuda parece conjurado. Pero si no lo estuviera, sólo nuevos episodios de castigo a las emisiones españolas que llevaran la prima de riesgo a valores de excepción y pusieran en riesgo real la estabilidad financiera, harían reaccionar al presidente interino del Gobierno. Preocupado como está por la historia, a la que en tantas cosas ha pretendido reinterpretar, no soportaría aparecer en los libros como el presidente que sucumbió y entregó la cuchara a los mercados y accedió un rescate ignominioso.

La economía española tiene prisa. Todo el entorno crece y España sigue estancada, y con limitadas posibilidades de recuperarse con la solidez necesaria para generar empleo de forma abultada. No recompondrá sus bases de crecimiento sin cambios normativos impensables para la visión social y liberal del presidente.

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