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Tribulaciones de un parado ilustrado

¡Tierra a la vista!

Firme en mi aspiración y empeño a abandonar mi eventual condición de parado ilustrado, tal y como recogía en mi anterior entrega (El ingrato es pariente del irresponsable), hoy les quiero anunciar la aparición de ciertos destellos en el horizonte que me hacen sentir especialmente optimista.

De hecho, amables lectores, me encuentro en un estado vivamente agitado. Al igual que un capitán al frente de su barco, tal y como nos enseña Joseph Conrad, cuando se está a punto de divisar tierra, el espíritu "se va atormentando por un invencible desasosiego. Parece incapaz de aguantar muchos segundos seguidos en su camarote; saldrá a cubierta y mirará hacia delante, aguzando cada vez más la vista a medida que se vaya aproximando el momento señalado" (El espejo del mar. Reino de Redonda, 2005).

Ese momento señalado no es otro que la Recalada. æpermil;sta es junto a la Partida uno de los extremos que marcan la vida del marino y la carrera de un barco. Aunque, a decir verdad, son dos momentos que tienden a fundirse, alternando algunas veces su significado e interpretación.

Pero volvamos a mi estado de agitación. Mi particular carta de marear indica que nos encontramos cerca de la costa. Siguiendo a mi admirado capitán Conrad, "sea una montaña de singular perfil, un cabo rocoso o un tramo de dunas, primero uno la percibe de un solo golpe de vista. Luego vendrá, a su debido tiempo, un reconocimiento más amplio; pero una Recalada buena o mala, en esencia se efectúa y acaba con el primer grito de ¡Tierra a la vista!".

La "montaña de singular perfil" se ha presentado tras una larga travesía salpicada de múltiples llamadas y otras tantas reuniones mantenidas en las últimas semanas. Parece que hay alguien empeñado en que deje el cargo de parado ilustrado. Y creo que lo va a conseguir.

La Recalada ha sido buena. Excelente diría yo. He conseguido divisar la costa antes de lo previsto, reduciendo de manera considerable la sensación de incertidumbre que embarga a cualquier marino desde la Partida. Y el puerto de destino es fiable y seguro.

Les confieso que lo que me ha hecho mantenerme a flote durante la navegación no ha sido solamente la pericia técnica que es, según Conrad, más que honradez; "es algo más amplio, un sentimiento más elevado y claro, no enteramente utilitario, que abarca la honradez, la gracia y la regla y que podría llamarse el honor del trabajo. Está compuesto de tradición acumulada, lo mantiene vivo el orgullo individual, lo hace exacto la opinión profesional y, como a las artes más nobles, lo estimula y sostiene el elogio competente".

Lo que verdaderamente ha dado sentido a esta travesía existencial ha sido, sin lugar a dudas, la correspondencia mantenida con todos ustedes, amables lectores. Nunca, repito, nunca, me he sentido más vivo y con mayor fuerza para seguir adelante, en un momento de mi vida tan complicado como enriquecedor.

Pensemos, de la mano de Albert Einstein, "en que la mejor fuente de lucha, de fuerza y de salud para cualquier comunidad (o individuo, añado yo) son las dificultades. La nuestra no hubiera sobrevivido si sólo hubiera tenido placeres" (Mi visión del mundo. Metatemas, 2005). Yo tampoco.

Nuestra correspondencia, amable lector, ha sido auténtica y sincera; y, sin pretender caer en lo cursi, con alma. Y, como "es verdadero todo aquello en que pones alma", según Miguel de Unamuno (Nuevo mundo. Trotta, 1994), pues verdadera y real.

Es como si cada semana hubiera lanzado por la borda una botella con un mensaje vital y positivo en su interior, sin conocer si alcanzó la costa hasta llegar a su ordenador. Dejo a los prodigios de la técnica digital la trazabilidad y concurrencia de nuestra correspondencia. Si ha sido alta o baja no es lo principal, al menos para mí. Me conformaría con que alguna de las personas que han recogido una o más de las botellas depositadas en la orilla de este medio digital durante las últimas semanas, haya leído su contenido y le haya sido de alguna utilidad. Les confieso que para mí ha sido una experiencia imborrable.

Llegó el momento de largar el ancla (aviso a navegantes: un auténtico marino nunca "echa" su ancla). En breve pisaré tierra, dispuesto a enrolarme en la próxima aventura profesional, con el arcón lleno de esperanza, ilusión y pasión.

Marcaré una nueva Partida, recordando las palabras de Miguel de Unamuno: "El espacio que recorras será tu camino; no te hagas, como planeta en su órbita, siervo de una trayectoria" (¡Adentro!, Obras Completas. Vergara, 1958).

Hacia dónde partir, es una cuestión que dependerá de cada uno (¿lograré entrar por fin en el Club de los Negocios Raros?). Lo cierto es que no es bueno prolongar la estancia en tierra: a un buen marino no le agrada ni se le hace soportable la sensación de un barco dormido bajo los pies.

Brindo, alzando una copa de Alonso del Yerro (uno de los mejores vinos del mundo), por todos aquellos que me han acompañado en esta memorable travesía: por mi mujer, la mejor mitad de mi mismo, que diría el gran Miguel Delibes; por los profesionales de Cinco Días, por su confianza y por hacer posible esta correspondencia, por todos los autores que me han inspirado e iluminado durante el viaje; y, sobre todo, brindo por todos ustedes, queridos lectores y amigos, por su paciencia y amabilidad.

Y recuerden: nuestro destino será el que nos merezcamos (Einstein y Watson dixit).

Hasta pronto.

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