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Literatura

El pesimismo se instala como argumento de moda

Las historias sobre un futuro cercano difícil para la humanidad reflejan la sensibilidad de escritores y lectores ante la prolongación de la crisis

El último gran éxito de la literatura juvenil es la historia de niños obligados a enfrentarse hasta la muerte en un concurso televisivo, organizado por el gobierno totalitario que domina el mundo tras una serie de catástrofes ecológicas. La acogida de la serie de Suzanne Collins iniciada con Los juegos del hambre ha sido pionera de una oleada de novedades literarias que toman la temperatura de nuestra sociedad para dar un veredicto claro: la extrapolación de lo que nos rodea invita al pesimismo.

Es significativo que sea la literatura juvenil, la dirigida a quienes vivirán dentro de treinta años las consecuencias de nuestro presente, la que se muestra más cruda en títulos como Delirium, de Lauren Oliver (SM), sobre un futuro en el que el amor está prohibido, o Mañana cuando la guerra empiece (Molino), de John Marsden, comienzo de una serie superventas en Australia desde hace décadas pero que se traduce ahora con motivo del estreno de la adaptación de este primer libro. Tempus Fugit (Alfaguara), de Javier Ruescas, y Soy el número cuatro, de Pittacus Lore (Molino), son otros títulos recientes con buenas ventas y en la misma dirección temática.

Uno de los libros más vendidos en los últimos años en Alemania ha sido El método, de Juli Zeh, que Mondadori publicará en mayo. La historia se desarrolla en un mundo futuro en el que la felicidad es una obligación tras imponerse una visión del mundo científica y políticamente correcta. En los últimos años, varios grandes de la literatura universal publicaron igualmente historias distópicas, es decir, acerca de un futuro cercano bastante poco apetecible; entre las más destacadas pueden citarse Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro (Anagrama), o La carretera, de Cormac McCarthy (Mondadori), ambas con reciente adaptación cinematográfica.

El fenómeno ha llegado incluso a la literatura española, normalmente apegada al realismo. A la publicación de Lágrimas en la lluvia, de Rosa Montero (Alfaguara) se suman la irónica Asesino cósmico, de Robert Juan-Cantavella (Mondadori) o la ganadora del premio Ciudad de Logroño, Punto de fisión (Algaida), de David Torres.

Esta novela, también con ribetes sarcásticos, ha cosechado notoriedad en los últimos días debido no solo a su interés sino también al hecho de que toca circunstancialmente en el argumento la posibilidad de un accidente nuclear. "Solo podemos sospechar que nos están mintiendo respecto a Fukushima, como ha hecho el lobby nuclear desde que partieron el primer átomo", comenta Torres al respecto.

El autor madrileño se remite a las palabras de un maestro, el polaco Stanislaw Lem, para señalar que "basta con abrir un periódico hoy en día y comprobar que la realidad ya es lo bastante alocada, extraña e inverosímil como para desbancar a la ciencia-ficción".

Curiosamente, esta eclosión de publicaciones con esta temática coincide en el tiempo con un desastre editorial casi absoluto del mercado especializado bajo la etiqueta "ciencia ficción" propiamente dicha. Prácticamente solo quedan un par de colecciones especializadas y buena parte de los mejores autores españoles del género lo abandonaron. Tal vez, por contraste, porque esta otra nueva literatura no se marcha lejos en el futuro, sino que se queda en el pasado mañana.

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