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CincoSentidos

¿Dónde comienza la vida privada de un alto ejecutivo?

La trascendencia de hacer públicas determinadas informaciones depende de muchos factores.

M ax Mosley, 69 años. Titulado en Físicas por la Universidad de Oxford. Abogado por el Gray's Inn de Londres. Presidente de la Federación Internacional de Automovilismo desde 1991. Protagonista en 2008 de uno de los mayores escándalos sexuales de la década: una orgía sadomasoquista de tintes nazis en compañía de varias prostitutas de lujo. Su capacitación profesional fue puesta en entredicho.

Harry Stonecipher, 73 años. Físico por la Tennessee Technological University. Ex vicepresidente de General Electric, ex director ejecutivo de McDonnell Douglas y ex CEO de Boeing. En marzo de 2005 tuvo que dimitir tras conocerse que mantenía una relación extramatrimonial con una de sus secretarias, justo unos días después de haber lanzado una campaña interna para reivindicar la ética.

Jack Welch, 74 años. Ingeniero químico de origen humilde. Entró a trabajar en General Electric en 1960 y en 1981 pasó a ser su octavo director general. Veinte años después, Fortune le nombró manager del siglo. La documentación de su divorcio desveló, sin embargo, prebendas escandalosas para él y su familia tras su jubilación, sucedida en 2001: una pensión anual de 86.000 euros, un apartamento de lujo en Manhattan para su ex mujer, asientos preferenciales en el circuito de la NBA, abono para los campeonatos de tenis de Wimbledon y el US Open y palco en la Metropolitan Opera de Nueva York.

¿Dónde está el límite?

Cada cierto tiempo, noticias de este calibre salpican las páginas de los periódicos: en algunas ocasiones lo que se airean son comportamientos privados poco edificantes, en otras, saltan al tablero beneficios sociales que muchos califican de codiciosos. La polémica siempre parece servida. Sin embargo, Welch, nunca consideró el acuerdo abusivo ("Ese contrato lo firmamos en 1996 y lo publicamos en la memoria", diría) y los tribunales ingleses sentenciaron que las prácticas sexuales de Mosley no eran ilegales. Tampoco se pudo probar que la secretaria se beneficiara profesionalmente de su affaire con Stonecipher.

¿Donde está, pues, el límite entre el derecho de los accionistas a conocer qué ocurre en la trastienda de sus empresas y el derecho de los altos ejecutivos a preservar su vida privada? Si exigimos a Steve Jobs que informe de su hígado nuevo, ¿por qué no desvelar que un presidente está sometiéndose a una terapia psicológica, está visitando con su esposa a un consejero matrimonial o simplemente tiene problemas en casa?

"Porque las corporaciones trascienden a las personas, o deberían hacerlo", defiende con firmeza Juan Carlos Cubeiro, director de Eurotalent. "Resulta curioso observar cómo los accionistas indagan en la vida privada de un CEO y apenas reparan en un asunto de vital importancia para el devenir industrial de una empresa, me refiero al clima laboral, que, por cierto, en muchos sitios resulta irrespirable", dice.

José Aguilar, socio de MintValue, no duda en señalar con el dedo: "Todos defendemos en público el derecho de las personas a la intimidad, pero la realidad es muy distinta, muchos accionistas hacen cuidadosas averiguaciones, no sólo del desempeño profesional de un candidato, también de aspectos íntimos, y aunque no los aireen, éstos condicionan una contratación o un ascenso. Una persona muy religiosa puede ser considerada en un momento determinado poco flexible para tomar decisiones", confiesa Aguilar.

José Medina, responsable de la firma de cazatalentos Ray & Berndtson, recuerda a Agatha Christie: "Un indicio es una sospecha, dos indicios son una prueba y tres indicios son sinónimo de culpabilidad. Nadie me pide que indague en la vida personal de los candidatos, pero para mí el manual de instrucciones de un individuo es un indicador de éxito profesional. Si uno va por la vida a la pata coja, puede que se caiga demasiadas veces en el camino".

Javier Fernández Aguado, director de MindValue, alerta, sin embargo, contra el vicio de la difamación. "Otra cosa es la transparencia, que debe exigirse en el capítulo de las retribuciones y los beneficios sociales. Las empresas deben funcionar teniendo en cuenta todos los grupos de interés, no sólo a los accionistas y a los directivos. Precisamente ha sido esa falta de transparencia la que ha favorecido la moratoria ética que vivimos", concluye.

Cuando el ego da al traste con una buena empresa

"Salud, adscripción religiosa, tendencia sexual, todo es intrascendente cuando uno mantiene alto el listón y practica ciertas cualidades morales, como son la autenticidad, la integridad y el compromiso", dice Mario Alonso, médico y experto en liderazgo empresarial.Para el doctor Alonso, la autenticidad hace que sea el propio ejecutivo el que, consciente del momento en que una información relevante de su vida influye el devenir de la empresa, decide darla a conocer.En cuanto a la confianza, este experto en management recuerda que si un directivo no es coherente "y eso siempre trasciende; inmediatamente baja la confianza de la sociedad en la industria que lidera".Por último, Alonso opina que es fundamental que el CEO mantenga alto su compromiso con la corporación. "Es importante que su labor esté orientada a servir a su compañía y no a servirse a sí mismo. Cuando se mete el propio ego en la ecuación, cuando un mando lo único que desea es ganar protagonismo, la empresa termina perdiendo, porque su comportamiento tendrá un efecto dominó en la sociedad y otros le imitarán", opina este consultor.

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