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Cinco Sentidos

El club más elitista del mundo

Si quiere ser tan influyente como Bill Gates o Stephen Schwarzman siga estos consejos. Sea un hombre de la generación de posguerra, preferentemente de origen europeo. Asista a una universidad de élite. Y no olvide ser rico y afortunado.

David Rothkopf, ex alto cargo de comercio del Gobierno Clinton, lo explica en Want to rule the world? Be Male, Go to Yale, Join 'Superclass' (¿Quiere dominar el mundo? Sea hombre, vaya a Yale, únase a la 'superclase', Farrer, Straus & Giroux), una guía de 'la élite mundial de poder y el mundo que están haciendo''.

Rothkopf y sus investigadores han identificado a poco más de 6.000 miembros de la superclase. Van del Papa y el músico Bono al magnate del acero Lakshmi Mittal y Schwarzman, el presidente multimillonario de Blackstone, pasando por una élite en la sombra de criminales y terroristas, que incluye a Osama bin Laden.

En un planeta de 6.600 millones de personas, cada superclase es uno en un millón. Rothkopf no da una lista de nombres, aduciendo que el listado se quedaría obsoleto al día siguiente de publicarse. En cierto sentido, los propios vip importan menos que las redes que les permiten alternar de los despachos oficiales a las salas de consejos.

Militares como Richard Myers, el ex jefe del estado mayor de Estados Unidos, se incorporan a las juntas directivas de las contratistas de defensa. Banqueros de Goldman Sachs como Henry Paulson se convierten en secretarios del Tesoro, en tanto funcionarios gubernamentales de alto rango como Robert Hormats gravitan hacia Goldman.

'La puerta giratoria de la comunidad financiera es un fenómeno con consecuencias globales'', escribe Rothkopf. 'No es casualidad que este grupo esté muy predispuesto a recetas políticas como fronteras abiertas, menos reglamentación e impuestos más bajos''. También para sacar las castañas del fuego a préstamos incobrables, añade.

Soluciones de manos de los privilegiados

A veces parece deslumbrado por tanto poder, pero David Rothkopf no hace apología, y desafía a sus anfitriones. De entrada, recrimina a la clase alta de Chile por insistir en que los mercados pueden resolver cualquier problema social. 'Tiene que haber una manera de aprovechar el poder de los mercados, reconocer los límites del Gobierno y aun así abordar las crecientes desigualdades', escribe. El autor ofrece pocas soluciones, aunque destaca que tanto privilegiados como excluidos siempre han regateado 'sobre el precio que ha de pagarse por la estabilidad. ¿Quién hará los primeros movimientos esta vez?'.

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