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La opinión del experto

Aprender a repartir el nuevo pastel

Juan Ramis-Pujol reflexiona sobre el cambio de modelo de la propiedad intelectual debido a internet. Cree que los creadores de música y cine se deben adaptar a un nuevo sistema tal vez menos lucrativo.

Hace poco leí con gran interés un artículo de una periodista que se asombraba del nuevo mundo que le hacía descubrir su hija de nueve años. Comentaba la periodista que su hija necesitaba algunas definiciones, pero el ordenador doméstico no funcionaba. El padre y la madre fueron a abrir un armario en el que se hallaba una enciclopedia. Ningún problema, las definiciones eran de una gran calidad y sirvieron a su propósito. El asombro llegó cuando la niña se dirigió a sus padres y comentó: "Ah, ya veo. Así es como se hacía en el pasado". æpermil;rase una vez una época en la que los inventores se hallaban entre cuatro muros y, desde allí, muchos de ellos cambiaron nuestro mundo. Hubo un tiempo en que algunas empresas crearon grandes laboratorios emblemáticos en los que se produjeron muchos de los avances del siglo XX. Hubo unos años en que la propiedad intelectual era, casi siempre, claramente imputable a algunos actores y el sistema tradicional de patentes daba seguridad y estabilidad al sistema de innovación.

Ahora, y más aún en el sector de las industrias creativas, las cosas ya no son exactamente de esa forma. Vivimos en un entorno de innovación abierta. Las redes, las relaciones y la conectividad se han convertido en procesos fundamentales en el camino de la creación. El conocimiento se encuentra disperso en el mundo y las actuales tecnologías de la información lo hacen accesible a muy bajo coste. Obtenemos con mayor probabilidad más valor al estar conectados con los demás que al inspirarnos encerrados entre cuatro paredes. Ahora resulta mucho más difícil discernir a quién se debe atribuir el mérito y los derechos de propiedad intelectual correspondientes.

Al mismo tiempo, el proceso de digitalización que estamos viviendo hace que el funcionamiento de algunos sectores de la economía esté literalmente explotando. El mercado de la música resulta un ejemplo paradigmático. Antes se vendía un producto en forma de casete, disco o CD. Pasábamos por una creación y edición musical, una producción en fábricas y una distribución física hasta llegar a los puntos de venta. Cada actor en dicha cadena conocía la parte del pastel que le correspondía. Ahora la música se encuentra en la red y el sector se ha convertido en un entorno caótico.

Frente a esta confusa dinámica están apareciendo múltiples efectos perversos.

l La industria parece no repercutir la disminución de costes que se presuponen al desaparecer, al menos claramente para algunos consumidores, la producción y distribución física de los CD.

l La piratería musical se produce de forma significativa en la red.

l Los autores y la industria, a través de la SGAE, llevan a cabo medidas de presión con el fin de recuperar el terreno aparentemente perdido. El famoso canon es un claro ejemplo de dicha dinámica.

l La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, algunos argumentarían que juez y parte a la vez, lo ha convertido en uno de los principales puntos de su agenda y ya ha propuesto algunas medidas, de momento, de dudosa solidez. Los mecanismos de cierre propuestos para los sitios web son un ejemplo claro.

Mientras no ha habido debate público, la batalla se ha luchado de forma camuflada entre el estira y afloja de lo que uno pierde o lo que otro gana. Cada uno ha barrido para su casa y pocos dan ejemplo. Ahora bien, en cuanto hay debate, y lo hay, ya no podemos escapar al planteamiento de lo que es justo o no. Cualquier razonamiento de futuro debe tener en cuenta la realidad del funcionamiento actual de unos procesos de creación abiertos y dispersos. En el mundo hay comunidades creativas, algunas virtuales, que crean tendencias, ideas e incluso lenguajes de los que se inspiran también tanto los autores como las empresas. La paradoja surge al beneficiarse, de facto, de dichas comunidades creativas que comparten espontánea y gratuitamente su conocimiento y, al mismo tiempo, intentar coartar su funcionamiento cuando algunos derechos adquiridos parecen directamente afectados en el proceso.

En un mundo ideal:

l Quien participa en la red y forma parte de alguna comunidad creativa o comparte su conocimiento, debería obtener alguna ventaja en contrapartida.

l Quien navega por la red sin aportar valor, debería estar obligado a pagar un precio, eso sí, ajustado a los nuevos costes del sistema.

l Quien no da y abusa del sistema, debería ser perseguido de forma proporcional. Desafortunadamente, los mecanismos para realizar de forma fiable dicha segmentación no están perfectamente desarrollados. Mientras tanto, quizá debiéramos aprender algo de la industria del software, que desde hace años ha desarrollado mecanismos de protección blandos que permiten a la vez la apropiación de parte del valor de una creación determinada y las dinámicas de funcionamiento de las comunidades creativas.

En los últimos años, Julio Iglesias siempre ha aparecido como una de las personas más ricas de España; diversos rankings han estimado su fortuna en miles de millones de euros. Esta época ya ha terminado, pero ¡no nos olvidemos de vivir! El mundo del cine parece que finalmente empieza a reaccionar de forma creativa; ahí están las películas en tres dimensiones. Por su parte, el e-book promete caos y tensiones similares; ¡abróchense los cinturones!

Juan Ramis-Pujol. Profesor de Dirección de Operaciones e Innovación en Esade

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