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Tribuna
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El fracaso de todos los políticos

Ha ocurrido lo que muchos venían profetizando en las semanas recientes y lo que yo me he resistido a creer hasta el último instante: ha ganado el no en el referéndum francés (y también en Holanda) sobre el 'Tratado por el que se establece una Constitución para Europa'. Ya se ha escrito sobre las consecuencias previsibles de ese no: la dificultad de que el proyecto pueda entrar en vigor sin Francia; la eventual repetición del referéndum; la irremediable vuelta a Niza; las repercusiones que este no va a tener en el resto de los países que tienen pendiente la ratificación; las graves repercusiones en el euro y en la débil economía europea…

Pero poco se ha hablado de las causas. Y, sin embargo, son éstas las que, a mi juicio, deben ser objeto de reflexión: sólo así podrá entenderse qué es lo que ha ocurrido y adoptarse las medidas oportunas.

Francia es profundamente europeísta. Los franceses no sólo creen en la Unión Europea sino que la crearon. Que a nadie se le olvide. La paradoja es que el no francés es, en su mayoría, un no de la izquierda que se autoproclama europeísta y que piensa que el proyecto de Tratado es demasiado liberal y poco integrador en materia social. Es un no que no es que no quiera o no crea en la Unión Europea sino que ambiciona justamente más integración. Por tanto, que no se equivoque nadie: Francia no ha dicho no a Europa.

Hace unos meses, antes del referéndum español, publiqué un artículo analizando las causas de la abstención y el no en nuestro país titulado Contestar a lo que se nos pregunta (Expansión 18-2-2005). Pues bien, en mi opinión, lo que ha ocurrido es, precisamente, que los franceses han contestado a todo salvo a lo que realmente se les preguntaba.

El referéndum francés no era una consulta sobre su Gobierno o su presidente. Y, sin embargo, nadie duda que este referéndum se ha utilizado para dar un voto de castigo al presidente Chirac y al Gobierno (cambiado de inmediato).

Pero es que, por lo que se refiere a cuestiones puramente europeas, ni la liberalización de los servicios (directiva Bolkestein), ni la deslocalización y el llamado dumping social, ni la entrada de Turquía en la Unión, ni los servicios públicos, ni los límites a las ayudas publicas -y éstas han sido las cuestiones más debatidas en Francia- tienen que ver con el proyecto de Tratado. Y todas ellas seguirán ahí, aunque no se logre aprobar la Constitución; el proyecto de Tratado, en nada las cambia.

En realidad, el proyecto de Tratado es poco más que una codificación de todos los anteriores que, además, procura simplificar los instrumentos jurídicos y los procedimientos de decisión. No hay importantes cesiones de nuevas competencias a las instancias europeas como las hubo, por ejemplo, en Maastricht. Y las novedades van por el camino de una mayor integración, en la que los franceses están de acuerdo: se añade la Carta de los Derechos Fundamentales, se continúan incrementando los poderes legislativos del Parlamento Europeo, se reducen todavía más los ámbitos en los que se mantiene la unanimidad…

Y siendo esto así ¿por qué los franceses han votado no a una reforma que es mucho menos sustancial que la de Maastricht, donde, al final, se impuso el sí aunque por un escaso margen?

Dos son, en mi opinión, las respuestas: primero, ha sido un error denominar 'Constitución' a un proyecto de Tratado que no hace más que codificar y reformar tratados anteriores. Los ciudadanos entienden por 'Constitución' algo bien distinto, lo que ha creado una enorme confusión. Segundo: éste no está siendo el fracaso ni del proyecto de Tratado ni de Europa, sino más bien el de los partidos y el de los Gobiernos.

Es cierto que los seguidores de ese 'no europeísta' -romántico, irrealista e irresponsable- no han ayudado. Pero es cierto también que las autoridades europeas y los partidos del sí no han sabido explicar a la ciudadanía lo que es y lo que no es este Tratado, no han sabido rebatir las innumerables falacias que se han vertido en las campañas del no, no han sabido hacer sencillo algo tan complejo como un texto jurídico que consolida todo lo anterior, no han sabido transmitir a los europeístas -y los franceses, insisto, lo son- que sólo apoyando este Tratado podrá la Unión, podrá Francia, exigir una integración mayor, también en lo social.

Les toca, por tanto, a los políticos, europeos y nacionales, hacer bien sus deberes y adoptar las medidas para que este proyecto de Tratado -que es un buen proyecto pese a sus deficiencias- termine siendo aprobado por todos los europeos, franceses incluidos.

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