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Opinión
Tribuna
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El crecimiento económico y la ciencia en la Unión Europea

La ralentización del crecimiento económico en Europa no sólo es una preocupación de los ciudadanos que ansían mejorar su nivel de vida, sino que también pone en peligro la financiación del denominado 'modelo europeo' del Estado de bienestar.

La debilidad de los resultados económicos comunitarios ya está afectando gravemente al crecimiento de países próximos a ingresar en la UE, como es el caso de Hungría. Mientras que la recuperación impulsada por el consumo interno puede ser una realidad en Europa y Japón, existe un considerable riesgo de que en EE UU, por el aumento del déficit en las cuentas corrientes, tenga que realizarse un ajuste que podría dar lugar a unos tipos de cambio muy desfavorables o, incluso, a una recesión.

Para una aceleración duradera y sostenible de crecimiento, la UE debería emprender importantes iniciativas destinadas a crear una economía basada en el conocimiento. Los máximos responsables deberían conceder un peso mucho mayor a la innovación con el fin de desplazar las fronteras del crecimiento. La esperanza de una nueva economía sin ciclos empresariales ha resultado ser una quimera durante los dos últimos años.

Para financiar la I+D europea lo primero que hay que evitar es que la iniciativa sea sobre todo de índole estatal.

En lo referente al PIB per cápita, los países de la UE se sitúan alrededor del 70% del nivel de EE UU. Ese retraso no tiene su causa fundamental en que el nivel de productividad sea inferior, sino que se deriva de que en Europa exista un menor porcentaje de población que trabaja menos tiempo, por lo que la innovación y, por tanto, el aumento de la productividad, desempeñan un papel fundamental para que Europa pueda alcanzar a EE UU. En los últimos años esta última cifra se ha incrementado entre el 4% y el 5%, mientras que en los noventa la productividad descendió hasta el 1,4%. Si volvemos la vista atrás, tras la Segunda Guerra Mundial Europa iba perfectamente encaminada a alcanzar e incluso superar el nivel de productividad de EE UU, pero en los setenta y ochenta, debido a la creciente demanda de unos productos menos estándar y de mayor calidad, en el ámbito del empleo se produjo un considerable trasvase del sector industrial al sector servicios.

Muchos eruditos opinan que en Europa existe una estrecha correlación entre el porcentaje de población que ha cursado estudios superiores y la innovación que permite a los países traspasar las fronteras de su propio crecimiento una vez se ha agotado la imitación del modelo americano.

Los desafíos del cambiante panorama económico afectan a todo el sistema educativo: los individuos tienen que aprender a adaptarse a los constantes cambios tecnológicos y, por consiguiente, a pasar de un trabajo a otro. En la educación universitaria, la admisión masiva de alumnos no debería conducir a la creación de centros de excelencia. Para impulsar el progreso se precisan los mejores cerebros, mentes inquisitivas, ambiente académico estimulante, reconocimiento del mérito y, cómo no, en las primeras etapas de la Universidad, adoptar el hábito del trabajo en equipo y aceptar la competencia.

Sin embargo, el porcentaje de población que accede a la educación dista mucho de ser suficiente y existe una gran necesidad de invertir en I+D, ya que las patentes per cápita representan en la UE tan sólo una quinta parte de la cifra de EE UU.

Para financiar la I+D europea, lo primero que hay que evitar es que la iniciativa y la financiación sean fundamentalmente de índole estatal, ya que esa circunstancia puede desencadenar el fomento de proyectos de grandes dimensiones, pero con una orientación errónea. Segundo, las universidades y pymes deben beneficiarse de ventajas fiscales. Tercero, debe aplicarse un procedimiento de revisión por especialistas del mismo nivel que permita un control paralelo. Para conseguir un entorno económico favorable es imprescindible garantizar la protección de los derechos de la propiedad industrial y la libertad de movimientos entre países; además es preciso fomentar la financiación con capital-riesgo para las start-ups (empresas de nueva creación) y para las que no pueden acceder a fuentes habituales de financiación.

El triunfo de la economía basada en el conocimiento desencadena cambios estructurales que, aunque con frecuencia pueden resultar dolorosos, son inevitables. Numerosas empresas tienen que adaptarse o desaparecer; sectores enteros pueden desaparecer. En las primeras etapas de los cambios estructurales, la mayor lentitud del proceso de cambio dulcificaba el proceso, mientras el que estamos presenciando hoy se desarrolla con una rapidez muy superior que no deja mucho tiempo para acostumbrarse. Por ese motivo es necesario inculcar una nueva filosofía académica desde el mismísimo jardín de infancia. Las diferencias en la capacidad de asumir ese desafío pueden acarrear nuevas desigualdades sociales, originando una nueva demanda de la clásica solidaridad del modelo europeo.

La incertidumbre también puede reinar en la vida económica. El sistema financiero tiene que adaptarse a esa incertidumbre, puesto que, con independencia de lo complejos que sean nuestros sistemas de diversificación del riesgo, la disolución de los precios de los valores o la quiebra de grandes entidades no financieras representa una auténtica pérdida de índole mundial. Los bancos centrales y los Gobiernos encargados de mantener la estabilidad sistémica únicamente poseen información incompleta sobre los segmentos del sector financiero que han actuado como aseguradores, asumiendo riesgos.

Ex presidente del Instituto Monetario Europeo

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